viernes, 10 de agosto de 2018

Elaboración tradicional de las obleas del alfajor. Un oficio casi perdido


Tradicionalmente, cuando llegaba el último trimestre del año, muchas familias de Caravaca, especialmente las mujeres, se dedicaban a elaborar obleas para el alfajor de la Navidad. Hubo una época de abundante producción y este plus económico ayudaba al bienestar de estas gentes.

Según cuenta mi madre, hace unos sesenta años ella conocía a dos familias que se dedicaban a este menester y su producción era tan escasa que la gente tenía que volcar el alfajor en cajas y, luego, ir partiendo barras, como se hace con el turrón.

Mi padre, herrero de profesión, conoció este curioso oficio cuando una de estas familias le llevó el molde de las obleas para repararlo porque se pegaban las hojas y, como era muy ingenioso, tomó notas y confeccionó un molde similar. Curiosamente, las láminas de hierro donde se pone la masa para la oblea iban adornadas con dibujos geométricos grabados alrededor y uno central diferente en cada cara y en cada molde. Mi padre esculpía estrellas y cruces de Caravaca. Fabricó varios moldes para la familia y alguno más para gente que estaba necesitada de ingresos.

Me cuenta mi madre que uno de los primeros moldes que hubo en el pueblo se lo compró alguien a una familia de Moratalla y que llevaba esculpido el Santo Cristo que allí se venera.

La tradición del alfajor la compartimos las gentes de la misma comarca natural, es decir, que venían desde Nerpio (Albacete), Topares (Almería), Vélez Rubio (Almería), desde el noroeste de Murcia, Calasparra, Cehegín, Moratalla y desde los campos de alrededor, Barranda, Archivel…,
a comprar obleas para comercios y distribuidores de alimentación a mi casa, porque mi madre y mis tías hacían cinco o seis mil docenas de obleas en tres meses, o a casa de otros productores.
Hoy casi nadie sigue con esta tradición y las obleas que compramos son más industriales.   


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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura