sábado, 20 de febrero de 2021

Eslabón perdido

Eslabón perdido

 

Tras una densa niebla matinal el sol se abrió paso con una fuerza abrasadora. Era primera hora de la mañana y ya la temperatura se adivinaba alta. Paulatinamente, como sin prisa, inició el descenso. Aquel rayo de luz inusual iluminaba un fondo de mar diferente, desconocido; parecía que lo pisaba por primera vez. Nunca había llamado su atención lo que ahora se había convertido en motivo de su mirada asombrada, bancos de diminutos peces multicolores pululaban a su alrededor a modo de estela luminosa, como queriéndole indicar un camino. Se dejó llevar.

El pulcro fondo marino, capa finísima de arena que mantenía inmaculadas las aguas, se adivinaba formado por diminutos cristales que desprendían destellos irisados cuando el constante rayo de luz los alumbraba. A lo lejos, una extensa pradera de posidonia, pero extraña e infrecuente en esas profundidades, servía de hábitat a raras especies marinas. Al ir aproximándose, comprobó que no estaba equivocado, que era una planta poco normal porque su tamaño superaba al de las que conocía ya que presentaba largas hojas de cintas aplanadas con un verdor próximo a la fluorescencia. Se paró un buen rato para disfrutar de aquella hermosa visión y para observar cómo el movimiento de los pececillos impulsaba el de aquellas hojas, que parecían bailar acompasadamente con elegantes movimientos, y percibió que numerosas especies de las profundidades, al salir de su escondite vegetal, parecían darle la bienvenida.

No reflexionó sobre el lugar en el que se encontraba ni a los metros que había descendido bajo la superficie del mar, hasta que se presentó delante de él un calamar de vidrio, cuya transparencia dejaba observar hasta su vacío tubo digestivo. Un especial movimiento y su rareza resaltaban aún más su belleza. No parecía percibir la presencia humana y siguió sus rutinas depredadoras; la tinta derramada envolvió a un pececillo que, confiado por la tranquilidad reinante, fue absorbido rápidamente, y era especial aquella visión de quien, atrapado, pretende huir con todas sus fuerzas hasta convertirse en la ingesta de un organismo diáfano.

Rodeado repentinamente por medusas arcoíris en grupo, que movían sus tentáculos como bailarinas clásicas al son de una flauta, dejó volar su imaginación y hasta escuchó los sones de la maravillosa música, que embellecía aún más el cuadro. Un tiburón duende rondaba por las proximidades y su atroz visión espantó a Víctor puesto que conocía su peligrosidad; pero aquel animal no detectó su presencia, algo extraño por su hipersensibilidad a cualquier movimiento. Poco a poco inició su retirada seguido de bancos de peces diminutos, indefensos, apacibles y parásitos, y recuperó la tranquilidad.

 El joven, biólogo marino, conocía muy bien todo lo que estaba viendo, pero solo de los libros, ni siquiera había documentales que presentaran con claridad aquel especial fondo marino. Su dedicación a la investigación lo obligaba a sumergirse con más frecuencia de la cuenta, así que estaba acostumbrado a verse rodeado de animales, pero aquello lo tenía atónito. ¿Cómo había llegado hasta allí? Recordó que el oxígeno era el justo para una inmersión rutinaria de media hora y había perdido la cuenta del tiempo que llevaba bajo el agua.

Decidió seguir su paseo; dejó atrás la extensa pradera de posidonia y, atraído por el espectacular brillo y color, se dirigió hacia un banco de coral de un rosado intenso, muy diferente a todo lo que había visto hasta ahora. ¡Qué hermosura natural! Reflexionó sobre la belleza de estos seres y sobre su espectacular tamaño, y continuó el camino.

No cesaba el fantástico e inusual espectáculo y, al volver la mirada, unas rocas próximas le mostraron una singular escena de anémonas cuyos tentáculos simulaban la corola de una flor; sus colores, rojos, amarillos y anaranjados, brillantes, captaban la atención de gusanos de formas variadas, que exhibían sus transparencias de fondos marinos. Las anémonas, con ágiles y sorpresivos movimientos, atrapaban a estos confiados seres extraños, ajenos al inminente peligro.

 Al darse la vuelta para continuar la exploración, descubrió una variada fauna de ágiles caballitos, lentos dragones, vistosas mariposas, policromadas arañas de negros, rojos y amarillos llamativos, caracoles con irisadas conchas… que pululaban en su quehacer diario. La aparición de un pez murciélago de gruesos labios rojos lo puso en alerta y le hizo recordar que estos ejemplares habitaban el interior y las proximidades de cuevas de impresionante valor biológico; miró nervioso a su alrededor buscando alguna profunda sima y, efectivamente, descubrió una gruta. Conocía la peligrosidad de estos lugares marinos, pero también era una oportunidad única para descubrir nuevos ecosistemas.

Víctor, decidido, se adentró en la oscura oquedad. Observó que aquel extraño rayo de luz, que había dirigido sus pasos hasta ahora, había desaparecido. No le dio tiempo a dirigir su linterna hacia el fondo porque un remolino de agua lo succionó, como aspirado por una fuerza centrípeta; envuelto por la más profunda oscuridad, se encontraba perdido, desvalido, en el abismo; notaba cómo caía y caía sin cesar, y sentía el vértigo de quien no pisa fondo. Percibía el paso del tiempo abandonado en la más absoluta nada, en la más absoluta soledad. Parecía como si el género humano solo hubiera sido un sueño. Sintió algo más profundo que el miedo, quiso gritar, pero no salía sonido de su garganta, tenía la sensación de no haber articulado jamás palabra alguna; no notaba el peso de su cuerpo, su ingravidez lo asustó, se notaba ligero como una pluma que arrastra un suspiro, suelto, flotante en el más oscuro pozo sin fondo, y tenue como la niebla. Era como si el pensamiento hubiera volado desprendido de la materia. No notaba ni las manos, ni los pies, ni sentía latir su corazón; pero sí que podía pensar y percibir aquel pánico ante un destino desconocido, ante un caos anterior a la ordenación del Universo. Era lo más parecido a la nada, al no ser, anterior al pensamiento mismo del estallido de la vida. No podía respirar, no tenía aliento. ¿No tenía vida? El pánico asaltó lo único que le quedaba, si no tenía vida tal vez estaba muerto o algo parecido al momento antes de existir.

Esperanzado, comenzó a sentir el tímido latido de su corazón, el vaho cálido de su exhalación, el regreso paulatino de su ser de la nada, la gravidez de su cuerpo. Los pies iniciaban un torpe y lento movimiento y los dedos se desperezaban deseosos de encontrar un nuevo camino de regreso a alguna parte. El pensamiento se le aceleraba, tenía muchos puntos que resolver, todavía no podía descifrar el significado de aquel extraño viaje. Desconocía el punto de partida, ese instante anterior a la extraña luz que lo guio hasta el abismo. Se esforzaba, pero nada; parecía como si su existencia previa a ese momento se hubiera esfumado; era un hombre sin historia.

El fondo marino había desaparecido, ¿cuándo?, ¿por qué?, ¿dónde estaba ahora? Perdido en sus reflexiones intentó tímidamente abrir sus ojos ante una luz cegadora. Cuando pudo dirigir su mirada hacia alguna parte, se vio rodeado de cables y máquinas, no tenía movilidad. Un ruido acompasado, parecido a una respiración, rompía el silencio sepulcral. El olor, el color de las paredes, un calendario de 2021 y la soledad que lo acompañaba, le trajeron la vivencia de un espasmo en el interior del tórax y, después, aquella luz que lo condujo al abismo. Estaba vivo, sintió que una especie de alegría le inundaba el cuerpo y en aquel mismo instante presintió perdidos tres años de su vida.


Del libro de Encarna Reinón  ACUARELA DE VERDES

www.diegomarin.com/9788417438654-acuarela-de-verdes.html

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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

domingo, 7 de febrero de 2021

“PALABRAS EN EL AIRE” (Publicación del IES San Juan de la Cruz de Caravaca)

No sabía que se hubiese editado esta revista en el Instituto San Juan de la Cruz. Me he encontrado con esta grata sorpresa, sin buscarlo… o quizás sí. Las primeras páginas están entrañablemente dedicadas a Encarna Reinón por sus compañeros y alumnos. Estas palabras las escuchamos en vivo el día en que le hicieron ese bonito y emotivo homenaje de forma espontánea. El día del libro: martes 23 de abril de 2019. Tres días después de su partida. 

Adjunto la revista en PDF pero también la podéis ver pinchando en el siguiente enlace: https://es.calameo.com/read/0050306825b1f708ac795 

Nota: Aunque no se trata de una publicación de Encarna Reinón, está dedicada a ella con mucho cariño y por esa razón creemos que debe estar en su blog.

Se puede hacer el PDF en pantalla completa pulsando la flecha de la esquina superior derecha del archivo.