sábado, 27 de octubre de 2018

Momentos íntimos. La belleza del momento


A veces me paro a pensar en el devenir de nuestra vida y me asombro de lo rutinaria que puede llegar a ser nuestra existencia. Creo que no hemos venido a este mundo a dejar pasar el tiempo sin pararnos a disfrutar de lo que nos rodea y, por eso, debemos cambiar de actitud y darnos un respiro para descubrir el encanto de nuestro entorno.

Qué sentido tiene pasar junto a la belleza y no verla porque no tenemos costumbre de mirar lo que nos rodea: la sublimidad de un árbol en plenitud o en su ocaso otoñal, la magia del vuelo de una pequeña mariposa que aletea de flor en flor, la majestuosidad de un pájaro parado en la rama de un árbol, un tímido arcoíris que engalana un cielo todavía tormentoso, la cadencia de la lluvia en las tardes de otoño, la luz de un lejano rayo en una noche de tormenta. Todo esto y mucho más nos perdemos si no miramos a nuestro alrededor porque no hay que salir de la ciudad para sentir lo bello y prendarnos de la hermosura natural que nos rodea.

Os invito a que abráis los ojos y despertéis vuestra sensibilidad ante el hechizo de la belleza del momento.




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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

domingo, 21 de octubre de 2018

El kiwi, un regalo de la naturaleza




La palabra kiwi es de origen maorí, lengua de los aborígenes de Nueva Zelanda. Cuando fue introducido este producto procedente de China en ese país a principios del siglo XX, le pusieron este nombre por la semejanza de la forma de la fruta con la de un pájaro que se llama así. Reciben esta denominación tanto el arbusto trepador como la fruta que produce de piel ligeramente vellosa y pulpa de inconfundible color verde.

Deberíamos tomar un kiwi cada día porque es rico en antioxidantes y vitamina C (98 mg por cada 100 gramos de fruta, casi el doble que la naranja o el limón). Refuerza el sistema inmunitario, mejora el tránsito intestinal, es diurético, ayuda a la digestión y un montón de beneficios que no podemos despreciar.

Recuerdo la sorpresa que llevé la primera vez que vi un kiwi abierto porque no me podía imaginar que una fruta tan fea por fuera, me recordaba los excrementos de los caballos, fuera de tal belleza por dentro. Lo trajo de Madrid, de Aranjuez, mi novio, hoy mi marido, cuando hacía la mili y creo que es de los primeros que visitó este pueblo. Hoy es tan corriente ver kiwis en todos los comercios que nos parece que han estado ahí toda la vida con las naranjas, las mandarinas y otras frutas más de nuestra tierra.

Os aconsejo que, si queréis mantener los resfriados a raya, comáis un kiwi al día y, por supuesto, las naranjas y mandarinas que os apetezcan, porque no podemos despreciar tales regalos a nuestra madre Naturaleza.





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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

domingo, 14 de octubre de 2018

Mamá, ¿es que te crees que soy tonto/a? Planchar es fácil




Mira, planchar es fácil si tienes en cuenta algunas recomendaciones:

1-La ropa está confeccionada con tejidos diferentes y no toda se puede planchar con el mismo calor; la plancha dispone de un círculo que se mueve y que te indica la intensidad del calor. Además, la ropa lleva en una etiqueta, que suele ser la más larga, indicaciones de temperatura para su planchado.

2-Si la plancha tiene vapor, comprueba que está apagada antes de llenar el compartimento destinado al agua. Ten en cuenta que el vapor, si sale con mucha intensidad, puede quemarte las manos. Me imagino que también se podrá regular la salida de vapor en tu plancha.

3-Ten en cuenta que, cuando el género que tienes que planchar es muy delicado, aunque no lo pongan en las indicaciones de planchado, debes de poner un trapo limpio sobre el tejido, así no sacará brillos ni se quedará señalada la plancha.

4-Si planchas pantalones oscuros, camisas…, pon también el trapo. La raya de los pantalones la debes de señalar bien para que no se hagan varias señales porque está muy feo.

5-Si tiendes la ropa bien y, cuando la recoges, tienes cuidado de que no se arrugue, te costará menos trabajo planchar.

6-Si te quemas al planchar, ten siempre a mano aloe vera y échate con mucha frecuencia. Y, si ves que es muy grande el quemado, te vas al médico.

¡Ah!, se me olvidaba, si alguna vez se mancha la plancha con algún género que se ha pegado, compra estropajo de acero inoxidable tipo nanas y, con la plancha fría, le das hasta que quede limpia. No olvides vaciar el agua sobrante del planchado y nunca guardes la plancha caliente.  



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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

jueves, 11 de octubre de 2018

Tartera. Palabras con encanto




En Caravaca la palabra "tartera" se refiere tanto al continente como al contenido, es decir, al recipiente en el que ponemos el guiso y al guiso mismo. Una tartera bien hecha lleva patatas peladas y cortadas por la mitad a lo largo, carne que puede ser conejo, cordero, cabeza de res…, tomate y cebolla cortados a trozos largos, piñones en abundancia, ajos, guíscanos, si es el tiempo, sal, aceite, pimienta molida y un buen chorro de vino tinto. Luego, a la hora de comer la tomamos con ajo en el mortero, que puede llevar yema de huevo o no, pero no le puede faltar ni un buen aceite ni abundante ajo.

Esta acepción, aunque sí la palabra, no está recogida en el DRAE, pero el Vocabulario del Noroeste Murciano del padre Ortín la refleja y dice que es una llanda (voz no recogida en el DRAE), bandeja de hojalata, plana y rectangular. Y nos informa de que es un uso restringido en Caravaca y que está reflejado en algunos vocabularios.

Por lo tanto, lo que para muchos es un asado para nosotros es una tartera; lo que unos conocen como llanda o rustidera, es para nosotros una tartera y ninguna de estas denominaciones es incorrecta, sino que son localismos.

Como anécdota os voy a contar algo que me aconteció hace ya algunos años. En Huéscar de Granada, en el tablón de anuncios de la sala de profesores colgaron el menú para la cena previa a la Navidad que consistía en latas de carnes variadas. Me pareció una oferta sugerente y esperaba con ansiedad ver el nuevo plato cuyo nombre prometía. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me encontré las mesas llenas de tarteras y llegué a la conclusión de que la lata y la tartera eran la misma cosa. En aquel momento aprendí a preguntar por el contenido de sugerentes nombres de platos que pueden contener algo cotidiano y no es que no estén buenos, pero, para comer calabaza frita con cebolla, bastante tengo con la de mi casa.  



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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

lunes, 8 de octubre de 2018

Berenjenas a la crema. Cocina




Exquisito plato para agradar al paladar. Su elaboración no es muy complicada y se puede dejar preparado el día anterior. Vamos a ver los ingredientes para cuatro personas.

Utensilios necesarios

-recipiente para hornear

-sartén, varillas, cuchara sopera para la bechamel

Ingredientes

-2 o 3 berenjenas

-2 docenas de gambas peladas

-200 gramos de jamón serrano en finas lonchas

-aceite, sal, harina

Modo de hacerlas

En primer lugar, pelamos las berenjenas y se pueden preparar de dos maneras:

1-Las rebozamos en harina, tras espolvorearlas con sal, y las freímos en abundante aceite con la precaución de ponerlas después en papel de cocina para que suelten el aceite que les sobra.

2-Las colocamos directamente en el recipiente para hornear, les ponemos sal, un chorrito de aceite y papel de aluminio por encima y las metemos al horno precalentado a 170º o 180º. Cuando se puedan pinchar, se sacan.

Obviamente, la segunda opción es más ligera de digerir y tiene menos calorías y está igualmente rica.

A continuación, colocamos las berenjenas montadas un poco unas en otras, las cubrimos con gambas peladas y estas, con una capa de jamón.

Para terminar, hacemos bechamel con la textura de un yogur, la extendemos sobre el jamón y echamos queso rallado al gusto para gratinarlas. Como las gambas están crudas, se debe calentar el horno y cocer de 10 a 15 minutos y después gratinar al gusto.

La receta de la bechamel la tenéis en otra entrada de este blog y os aconsejo, si las gambas son con piel, que cozáis las cabezas y aprovechéis el caldo para la bechamel. Este plato se puede comer recién hecho o uno o dos días después y se puede congelar.

¡Ánimo! ¡Sorprende a tus amigos! Y, ya sabéis, la cocina no entiende de sexos.







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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

viernes, 5 de octubre de 2018

Pensamientos




Si quieres desterrar lo malo, no mires nunca atrás porque en la vida siempre hay caminos hacia un futuro de esperanza. Por muy negra que sea la noche, resplandecerá el siguiente día.



Cuando la situación te está provocando, pero no es bueno protestar, pellízcate y exclama en silencio un ¡ay! de dolor y verás cómo te alivia y te tranquiliza.



De pequeña me enseñaron el siguiente refrán: "Haz bien y no mires a quién" y yo lo transmito porque, si tú das una porción de ti, recibes una grata respuesta de los demás.



¿Qué es ser egoísta? Pues, sentirse el ombligo del mundo. ¿Eres egoísta? Pues, entonces, piensa en los demás porque, si solo defiendes tu propio interés, el resto de la gente terminará dejándote apartado y no es bueno aislarse.

  

¿Por qué cada vez crece más la violencia en nuestro entorno? ¿Por qué estamos olvidando una serie de valores que nos acercan a la deshumanización? Gritamos desde los coches, aceleramos sin pensar en los que nos rodean, damos golpes a diestro y siniestro sin tener en cuenta que somos civilizados, lanzamos lo que llevamos en las manos caiga donde caiga… ¡Qué barbaridad! Y esto va in crescendo.





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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

jueves, 4 de octubre de 2018

Aproximación a la poesía. "Caminante, son tus huellas..."




Si hay un poema que describa la vida en pocos versos es el poema de Antonio Machado contenido en "Proverbios y cantares" de Campos de Castilla, el número XXIX.


Poema XXIX

Caminante, son tus huellas

el camino, y nada más;

caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante, no hay camino,

sino estelas en la mar.


Para interpretar estos hermosos versos tenemos que entender que las palabras son simbólicas, es decir, el "caminante" es el hombre, el "camino" la vida, las "huellas" lo vivido, la "senda que nunca se ha de volver a pisar" el pasado, el "mar" la muerte y las "estelas" el recuerdo. Por lo tanto, podemos deducir tras una lectura atenta que la vida es el camino hacia la muerte y cada uno de nosotros forja su propio caminar, su propia vida. Cuando vamos viviendo, lo vivido es irrepetible, por mucho que queramos recuperar el pasado, y lo único que salva al individuo de la muerte es su recuerdo porque mientras que haya alguien que nos recuerde, no moriremos definitivamente. Las "estelas" son las marcas que deja un barco en el agua tras su paso, o una estrella fugaz o cualquier cosa; mientras hay estelas hay memoria, hay recuerdo.

En este poema Machado rememora a Jorge Manrique quien afirmaba en las Coplas a la muerte de su padre que "Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar/ que es el morir…", y desde su profunda convicción cristiana aseguraba: "Este mundo es el camino/ para el otro, que es morada/ sin pesar… Partimos cuando nacemos,/ andamos mientras vivimos,/ y llegamos/ al tiempo que fenecemos;/ así que cuando  morimos,/ descansamos… (A su padre) No se os haga tan amarga/ la batalla temerosa/ que esperáis,/ pues otra vida más larga/ de la fama glorïosa/ acá dejáis…".

Ya veis cómo Machado a principios del siglo XX hace una reflexión muy parecida a la de Jorge Manrique en el siglo XV y que unos versos que parecían sencillos porque se entienden, porque hablan de cosas comunes, encierran una profunda reflexión. Espero que disfrutéis con estos poemas tanto como yo y que vayáis perdiendo ese rechazo a la poesía porque dicen que dicen que no hay quien la entienda.  




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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

lunes, 1 de octubre de 2018

La matanza. Una tradición familiar extinguida




Cuando llega el otoño, vuelven a mi memoria imágenes de otros tiempos que permanecen dormidas. Los olores despiertan vivencias de mis años de infancia y los paseos por el casco antiguo de la ciudad me ayudan a recordar costumbres ya desaparecidas.

No hace demasiado tiempo, las familias que podían adquirían un cerdo que iban engordando a lo largo del año con pellas, patatas cocidas y sobras de las comidas; con la llegada de los primeros fríos se preparaban para sacrificarlo y hacer embutidos, tocino salado y jamones con los que se iban arreglando a lo largo del año.

Con anterioridad colgaban en las ventanas de las solanas rastras de pimientos con los que hacer luego los chorizos y adquirían en sus tiendas de confianza piñones en abundancia para las morcillas; toda clase de especias como la pimienta, el clavo, la canela para los buches, salchichones…; condimentos para los chorizos como el pimentón dulce y picante y sal en abundancia para los embutidos en general y para salar ciertas partes del animal como los jamones y paletas o los espinazos y el tocino.

Llegado el gran día, la familia entera se reunía, porque se necesitaba mucha fuerza masculina para mover al animal y mucha destreza femenina para hacer los embutidos; acudían los hermanos, sobrinos y amigos allegados a pasar dos días inolvidables porque, aunque se trabajaba duro, la convivencia era excepcional, por lo menos entre los miembros de la familia con la que compartí varias matanzas. Mis vecinos y anfitriones eran Juan el Requirior, también conocido como el Rojo Invierno o, como lo llamábamos los vecinos, Juan el de la Eugenia y su esposa, Eugenia, hija de Cruz la Pantalona, excelentes personas que me hicieron pasar momentos inolvidables y con los que compartí numerosas conversaciones.

El cerdo, por lo menos el de la matanza de mis vecinos, se sacrificaba en la calle y todavía recuerdo con estupor sus gritos cuando estaba siendo degollado. Después, se achuscarraba el pelo de toda la piel del animal cuyo mal olor saturaba todo el ambiente y, por último, se colgaba del techo a través de un agujero y se sujetaba desde una habitación superior y así se facilitaba el troceo. Me chocaba que aquel agujero estuviera tapado el resto del año con un zuro de panocha.

Mientras que los hombres realizaban la labor anteriormente descrita, las mujeres pelaban cebollas a destajo para las morcillas que era lo primero que se hacía. Me llamaba la atención la curiosa forma que tenían de probar las masas de sal y de especias: cogían cascarones de huevos y depositaban en ellos una porción de los futuros salchichones, chorizos, buches…, y los ponían a cocer en calderas preparadas para recibir las tripas llenas de aquel manjar. La mujer más experta era la que se encargaba de esta tarea porque de ella dependía que los embutidos estuvieran exquisitos y en su punto de sal, o desabridos.

Al mediodía se preparaban unas abundantes migas con despojos del chino como hígado, riñones o asadura, y en algunas casas olla de col o ensalada de patatas para ayudar a pasar las migas. Cada año mi vecina nos invitaba a los niños vecinos y amigos de sus hijas, Carmen y Cruz, y lo pasábamos muy bien, para nosotros era un fin de semana de fiesta total.

Terminada la matanza, Eugenia llevaba a los vecinos más allegados y a los familiares que la habían ayudado un presente de muerte marrano.

Los tiempos cambian y hoy parece ser que no se permite, por razones sanitarias, matar los chinos en las casas, pero yo me siento afortunada por haber conocido de primera mano esta actividad y conservarla con un recuerdo grato en un rincón de mi memoria. Valga este artículo como un homenaje a unos inolvidables vecinos; ¡ah!, por cierto, Juan tenía la mejor yegua de todos los alrededores y montaba sobre sus lomos a los niños que no tenían miedo a las alturas, pero yo me perdí esa experiencia.  


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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura