domingo, 16 de mayo de 2021

Otra mirada

 

¡Menuda mansión! Las dimensiones de aquella casa estaban más cerca de ser las de un palacete que las de una vivienda normal. Las habitaciones se distribuían en tres plantas, y cada una tenía su cuarto de baño particular. El aspecto exterior era muy agradable, con colores pasteles, y estaba rodeada por un jardín, que aunque pequeño, en comparación con el resto de la vivienda, disponía de todo lo necesario para pasar buenos ratos en él.

¡Qué cansada que estoy hoy! Duermo cada día peor porque mis miedos no me dejan vivir en paz. Día tras día oscurece antes y las noches parecen más largas. Cuando llega la luz del día respiro aliviada, porque sé que estaré protegida. La otra noche terminé con el corazón a punto de estallar; se oía un ruido lejano que conforme se acercaba era más estruendoso, parecía un monstruo de siete cabezas que venía a buscarme. Me hice un ovillo y notaba cómo todo mi cuerpo temblaba. Cada vez se aproximaba más, y yo cada vez me sentía más cerca de la muerte, cuando de repente se oyó un silbido tan fuerte que creía que me quedaba sorda, y aparecieron dos barrenderos con una máquina nueva y estrepitosa, tan ruidosa que no la podía casi aguantar. ¡Qué susto, madre mía! cuando vi clarear el día me sentí la más dichosa del mundo. Me siento sola con frecuencia y me cuesta hacer amigos, tal vez hoy me atreva a hablar con alguien.

 

–Hola, ¿cómo te llamas?

–Me llamo Princesa, ¿y tú?

–Yo me llamo Linda.

–¿Dónde vives?

–En la ciudad, en el bonito jardín de una hermosa casa.

–¿Vienes mucho por aquí?

–Bastantes veces; mi dueña se sienta a leer y me deja corretear y jugar.

–¿Tienes amo, Princesa?

–Claro, tengo los mejores amos del mundo, y, como ellos dicen, nosotras vivimos en un paraíso.

–¿Por qué dicen eso?

–Porque aquí estamos libres, corremos lo que queremos, ladramos, comemos cuanto nos apetece y, además, disfrutamos de árboles frutales y de nueces todo el año.

–Has dicho antes nosotras, ¿a quiénes te referías?

–A mis compañeras, que son como mis hermanas; miramos las unas por las otras y nos hacemos compañía. Espera que te las presente. Dido, ¿podéis subir? Esta es linda; Linda estas son Jazmín, Dido y Venus. La mayor de las cuatro es Dido, pastor alemán; le sigue Venus, de raza cruzada, una buena cazadora; Jazmín se metió aquí con nosotras un día en el que se vino detrás de mi ama, es callejera, y yo, que soy la más pequeña y soy golden; Jazmín, cuando llegué, me adoptó y me cuidaba como si fuera mi propia madre. La jefa es Dido. Todas estamos aquí desde pequeñas; hemos crecido en libertad.

–Se os ve felices.

–Sí, somos muy felices. Nuestros amos nos quieren y vienen a vernos a diario, estamos las cuatro juntas y no nos falta de nada. Y tú, ¿cómo vives?

–Yo me paso el día prácticamente sola, porque mis amos trabajan. Se portan muy bien conmigo pero por la noche tengo que dormir en mi caseta en la puerta de la casa. No me falta de nada y me quieren y me miman mucho. Pero no sé si soy feliz.

–Mira, tienes todo lo necesario para ser feliz. Ser feliz no es tenerlo todo, sino conformarse con lo que una tiene y verle las cosas positivas. Si nos ponemos a pensar, todos tenemos motivos para no ver la felicidad, pero no hay que empeñarse en ver el lado negro de las cosas, hay que vivir con optimismo. Y por las noches, piensa en motivos alegres y verás cómo no te sientes tan sola.

–Princesa, creo que tienes toda la razón. Cuánto me alegro de haber subido a verte. Si no te importa vendré a menudo porque creo que podemos llegar a ser muy buenas amigas.

–No lo dudo. Ya sabes, cuando mires la botella aprende a verla medio llena. A veces la felicidad la tenemos delante y nos obcecamos en no querer reconocerla.

Del libro de Encarna Reinón ESCENAS ACROMÁTICAS

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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

domingo, 9 de mayo de 2021

A cambio de nada

A cambio de nada

 

En octubre de la sombra huye, pero, si sales al sol, cuida de la insolación. Ni a sol ni a sombra se estaba bien en el recreo, por eso algunos días María prefería quedarse en la clase con la maestra. Niña muy presumida y estudiosa, se sentaba con una compañera que había llegado de un lejano país de Centroamérica. Tenían en común el idioma, pero solo eso. La niña inmigrante contaba con dos años más que ella, es decir, ya había cumplido los doce, pero, como no había ido a la escuela en su país, apenas sabía defenderse.

 María pensaba que, aunque en el colegio les habían enseñado que había que ser solidarios, a ella no le apetecía perder el tiempo con aquella tímida compañera que apenas sabía pronunciar su nombre.

La profesora desde el primer momento observó esta conducta pero,  como lo que se impone se rechaza, pensó que sería mejor que poco a poco entendiera que todos nos necesitamos en la vida.

Admira Estefanía, muchachota de aspecto robusto y de piel mulata, era tan tímida que no levantaba los ojos del suelo para hablar con nadie. Pasaba los recreos sola o se arrimaba a otros niños que, como ella, llegaron de lugares lejanos para buscar mejorar en la vida.

Un día la maestra dispuso que los alumnos hicieran en casa una redacción sobre la familia, lugar de nacimiento, situación actual…, y Admira se animó porque sentía necesidad de comunicarse con los demás, y pidió leerla voluntaria:

"Yo soy de un pueblito tan chiquito que no posee ni escuela ni tiendas donde comprar. Para llegar al colegio más próximo tenía que andar cinco kilómetros por caminos llenos de guijarros que, cuando llovía, servían igualmente de cauce a las aguas torrenciales. Los fríos inviernos poníamos piedras calientes en los bolsillos para mantener el calor del cuerpo, y las calurosas primaveras casi nos imposibilitaban volver a casa por la deshidratación. Mis padres pronto necesitaron otras manos para trabajar y a los seis años dejé el colegio definitivamente, por eso no me defiendo muy bien. En julio mi papá decidió que ya no podíamos arrastrar más miseria y gastó todos sus ahorros esperando mejorar en este país. He dejado atrás mi casa, a mis abuelos, tíos, primos y mi perrita Chamaca. Soy muy tímida pero tengo muchos deseos de aprender para prosperar, como dice mi padre".

La clase permaneció en silencio un rato, la maestra empañó sus ojos de tímidas lágrimas condenadas a no llegar a ser llanto, pero María se mantuvo en todo momento distante.

 Antes de que llegara el frío, el profesor de Educación Física planteó la actividad programada de Orientación en la Naturaleza. Para ello salieron del centro a un paraje próximo con lo indispensable, por si se despistaban, y por parejas siguieron las indicaciones del docente.

María y Admira eran pareja, porque el profesor respetó la ubicación de cada uno en clase. El día estaba claro y previamente había marcado las señales que debían de seguir para cumplir el objetivo propuesto. María siempre iba delante y, cuando la compañera observó que se salía del camino indicado, llamó su atención; altiva, le respondió que sabía lo que hacía y que quería ver una fuente que en una ocasión le enseño su papá. Admira la siguió, pero la maleza cada vez se espesaba más y una densa niebla casi las hacía invisibles.

–María, deberíamos de volver.

–¿Es que encima de todo eres una miedica?

–No me digas eso, pero la niebla no deja que veamos lo que vamos pisando.

En aquel momento María tropezó con una piedra y se dio de bruces en el suelo, no sin antes engancharse la cara con una zarza. Cuando pudo levantarse con ayuda de su compañera, se dio cuenta de que el tobillo estaba bastante hinchado y de que la cara le sangraba.

–¡Anda!, siéntate sobre esa piedra y espera un poco.

–¿Pero es que me vas a dejar sola? Puede venir algún animal… o puedes no reconocer el camino de vuelta.

–No te preocupes que tardo un momento. Mira, tú sabes leer en los libros y yo en las sendas.

Cuando regresó, llevaba en las manos un ramo de hierbas que desmenuzó con cuidado, las puso sobre un papel, las metió en su boca para masticarlas pausadamente y las volvió a escupir sobre el papel.

–¿Qué es eso?

–Un remedio que aprendí de mi abuela; lo cura todo.

–¿Pero qué es?

–Nada raro, plantas silvestres: ortigas, malvas y bocas de dragón. Estira la pierna.

–Pero las ortigas pican, ¿cómo has sido capaz de meterlas en tu boca?

–¡Anda, María, calla y estira bien la pierna!

Cuidadosamente untó aquel brebaje sobre el tobillo y lo tapó con un pañuelo que llevaba al cuello; la cara igualmente la cubrió con la mezcla. Esperaron un rato sentadas para que bajara la hinchazón y se disipara la niebla, y media hora después salieron en busca de los demás compañeros. Cuando llegaron, la regañina no fue pequeña, pero las dos compañeras, compinchadas, guardaron silencio y aceptaron todo lo que les cayó encima: una amonestación por desobediencia, dos puntos menos en la asignatura de Educación Física y una semana sin salir al recreo.

A partir de aquel momento María cambió de actitud con Admira, a la que consideraba su mejor amiga, la ayudaba en clase y la niña mejoró visiblemente. Un día la maestra pidió a María que se quedara un poco a la salida al recreo y le preguntó por su cambio de actitud, y la niña le respondió, ante el asombro de la docente, que Admira le dio  mucho a cambio de nada y que su respuesta tenía que ser solidaria; ahora es mi mejor amiga, conozco a su familia y ella a la mía y muchas tardes la ayudo con lo que no ha entendido en clase, y así me siento bien porque fui muy egoísta cuando llegó y pensé desde mi pedestal que qué me podía dar a mí una inmigrante. He comprobado que todos podemos dar algo a los demás y que la solidaridad es un bien muy hermoso.

 

"Buenas acciones valen más que buenas razones"

Del libro de Encarna Reinón LECCIONES DE VIDA
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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura