viernes, 10 de diciembre de 2021

EL PASEO

Desde la distancia paseo por tus calles y siento.

Recuerdo ese rincón donde he pasado tantas horas de mi vida,

su río y sus árboles.

Te contemplo en mi memoria,

y veo pasar las calladas y remansadas aguas

que en otros tiempos me evadían de lo que ahora añoro.

Sentarme en tu ribera me resultaba placentero,

oír el canto de los pájaros, y sentir el calor del sol en mi piel. 

Avivabas mi melancolía y acrecentabas mi amor,

porque me fundía con la serenidad de mi paisaje.

Las montañas rodeaban mi deleite,

azules, más oscuras que el cielo.

Montañas envolventes

que incluso desde mis horas de lejanía

me absorben y me abstraen.

Y en lo alto el astro rey

irradiando fuerza y pureza a tu entorno oloroso.

Huelo la hierba, la tierra mojada,

y veo la presencia de la primavera.


1990


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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

martes, 12 de octubre de 2021

EL COLOR DE LA FELICIDAD



            Aquel dulce Dinosaurio rosa, miraba con el rabillo del ojo a la niña que, desconcertada, había abierto el libro por la página 7. El pequeño Dinosaurio había perdido a su mamá en un terrible bostezo de la tierra y, triste y cabizbajo, intentaba encontrar un aliciente, por pequeño que fuera, para seguir adelante.


La niña se recreaba en el rosa de su aspecto y en lo redondeado de sus ojos, pero como no sabía leer creía que ese Dinosaurio, por ser rosa, era feliz. Aunque tras jugar con otros trastos volvió a su libro y se dio cuenta de que, a pesar de su color, el pequeño saurio tenía una lagrimita saliendo del ojo derecho. Y la niña pensó que hasta a los cuentos llegan las terribles noticias del mundo … y pensó que los dos tenían motivos para llorar.

Cuando la niña aprendió a leer y volvió a encontrarse con aquella página del cuento, supo que aquel pequeño Dinosaurio rosa lloraba por la pérdida de su mamá, con una sempiterna congoja, porque en aquella página del libro siempre sería un triste saurio. Y la niña, ya no tan niña, pensó que al hombre le importan tan poco los problemas del mundo porque los que más lo entristecen son los suyos, como a ese pequeño Dinosaurio rosa.

 Más adelante la niña creció y pensó que debía pasar página en ese cuento, y encontró que aquel triste saurio rosa se había convertido en un adulto y alegre personaje que tras hallar una fértil ladera se dedicó a contemplar la belleza de la creación.

             Y la paciente lectora supo que debía seguir leyendo para poder encontrar un final feliz y evitar que aquel pobre Dinosaurio rosa pudiera ser devorado por perversos seres que no conocían su apacible existencia, porque nunca habían abierto un libro … 

 

                                                                                                                    Para Rocío,

                                                                                                                    17 de Septiembre de 1998


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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

viernes, 13 de agosto de 2021

LAS LUCES DE LA FERIA. Apuntes del recuerdo


En verano, sobre todo, los feriantes se desplazan a los pueblos más o menos próximos para ganarse la vida. Dura manera de agenciarse el sustento. Ellos son la fiesta y todos esperan que, con su llegada al pueblo, se repita el milagro casi mágico de la diversión.

Al llegar a los lugares descargan los bultos de su equipaje del camión, que comparten con otros compañeros, y se disponen a realizar el arduo trabajo de armar los puestos o casetas donde colocan todos sus enseres y mercancías.

Próximos unos a otros se colocan los turroneros y empiezan a enroscar tornillos en sus "artes", para soportar el peso de la lona que les dará cobijo. A pesar de lo mucho que han evolucionado, estos puestos de turrón no se alejan de su esencia rústica primitiva. Un mostrador más o menos consistente y unas lonas y toldos son la única protección para estas personas que se exponen a las inclemencias de las tormentas de verano y de los gamberros. Es tan vulnerable este armazón que hay que creer en la buena fe del género humano para poder dormir sin sobresaltos entre estas paredes provisionales. Con suerte algún vecino caritativo y bondadoso que se fía de estos extraños, les cede alguna habitación de la casa como almacén y dormitorio, o les deja utilizar el aseo. si no es así, una cama plegable se convierte por las noches en un nido familiar, y algún cubo de basura en letrina provisional para las necesidades más urgentes. Todo se hace allí. Unas sábanas de lienzo blanco separan el dormitorio-retrete del mostrador-cocina. Tras las sábanas-tabique, un cordel tirante de lado a lado sirve para colgar las ropas, y una caja de cartón guarda todos los accesorios para componer la belleza ante la llegada de la fiesta.

Con la llegada de la noche las luces de la feria se encienden y comienza el bullicio de gentes que van y vienen, vienen y van, con zapatos de estrena y ropas de gala. Los niños tiran del brazo de sus padres y algunos se deciden a parar ante el turrón dispuesto en trozos colocados en hileras de colores. Titubeantes, miran hasta que se deciden y llevan a su boca ese trozo que guarda el calor ambiental y que no alivia en nada los sofocos de una ardiente noche de feria con traje y zapatos nuevos y luces multicolores.

Las luces hacen brillar el celofán de las pastillas de turrón, las bolsas de caramelos, frutas glaseadas... Y sobre todo resaltan a esa mujer que compite con sus rivales de los puestos vecinos por mantener a unos buenos parroquianos que le hacen sustancial gasto.

- ¿Cómo estamos ?

- Muy bien, gracias.

- Ya se ve, ¿Y su señora?

- No se acuerda usted de que me quedé viudo hace diez años.

- ¡uf! Perdona hijo, pero te confundí con otro.

- No pasa nada.

Las ventas rentables se hacen las últimas noches de la feria; las iniciales son para los saludos y para entrar en contacto con los dulces turrones que excepcionalmente se compran por las mismas fechas. A veces algún cliente atrevido se siente con derecho a mascullar alguna grosería o a lanzar alguna que otra mirada obscena a, que la turronera esquiva ignorando al intruso.

Estas luces de la noche eclipsan las miserias de los feriantes, que traen la fiesta y la ilusión para las gentes que pasan y pasean ajenos a su drama.


No lejos de los puestos de turrón en el recinto ferial, las casetas de juguetes exponen su material a los clientes: caballos, muñecas, cochecitos... Todo alineado en la calle o colgado del techo, que hay que recoger de noche y colgar de día. Las casetas son todas de madera y en ellas los feriantes tienen más amplitud de movimiento que los turroneros.

Los columpios, sin vida ni color de día, solitarios, recobran al atardecer la dignidad del espectáculo. Música, luces, niños, se entremezclan con su jolgorio y alegría ferial. Las palomitas y algodones de azúcar atraen a estos pequeños invasores que, anonadados ante tanta grandiosidad, comen y comen sin saborear porque gastan todas sus energías sensoriales en mirar.

Todo un mundo de magia y fábula forma la feria. Una eterna alegría parecen transmitir estos feriantes con sus máscaras de la noche. Sólo quien ha visto y vivido esa miseria es capaz de no sentir ni vivir esa fingida euforia; sólo quien sabe lo que es malcomer y malvivir no se hace cómplice de esa aparente normalidad. Sólo a quien ha sido feria no le divierte la feria, y lejos de reírse siente lástima de los payasos.

Termina la feria. Se apagan las luces, y los feriantes desarman sus puestos y casetas, y se disponen en su eterno retorno a dar vida a la feria del pueblo vecino.

Parece que cuando se van el pueblo recobra su cómoda normalidad.

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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

lunes, 12 de julio de 2021

La sal de la vida


Aquella mañana el pueblo se despertó triste; tras el primer doble de campanas, la noticia corrió como la pólvora. Dichosa ella, ya llevaba dos años de mucho padecimiento, la vi hace dos meses y no era ni su sombra, tan graciosa, con ese salero que nos hacía reír a carcajadas. No se ha visto ni un momento sola, la familia se ha portado con ella como era de esperar. ¡Hay que ver, qué poco somos y a lo que llegamos! Pero así descansa de una vez, que para vivir con esa pena mejor terminar.

Nadie hubiera pensado que debajo de aquel aspecto explosivo se escondía una mujer llena de inseguridades. Su paso por cualquier sitio se sentía como el de un torbellino que no deja a nadie impasible. Era una hembra guapetona y arrolladoramente simpática; su cabello, moreno, combinaba con unos ojos que, aunque pequeños, irradiaban alegría. Necesitaba a la gente para hacerle reír, porque cada palabra que salía de su boca era una carcajada segura entre quienes la escuchaban. Como dicen los viejos, resultaba una hembra jaquetona[1], con una buena pechera, que soportó toda su vida lo mejor que pudo, y con un buen tipo, deseable por cualquier hombre.

¿Cómo una mujer así todavía podía estar soltera? ¿Qué miedos sentía ante los hombres?

 

–Mercedes, ¿es que se han acabao los hombres en tu pueblo?

–¡Anda, sinvergonzón, estate en lo que estás haciendo, que luego me echas melocotones con bolsa![2]

–¡Ahora dicen que los gusanos tienen proteínas, ja,  ja,  ja!

–Que digan lo que quieran pero como sean como los del otro día… ¡yo no sé cómo bajo todavía al mercao!

–¡A verme, morena, si no tuviera mujer…!

–Anda, juagarzo[3], estate en lo que estás haciendo.

–¡No me explico cómo una mujerona como tú…!

–Mira, hijo, es que en este pueblo hace tiempo que se han acabao los hombres, los pocos que quedan o son viejos o no están en sus cabales. Mira si el otro día, uno que hizo la mili con mi padre y viudo, vino a pretenderme.

–¿Y tú qué le dijiste?

–¡Pues que con un pensionista ya había bastante en la familia y que yo las babas se las limpio a mi padre, y que ya se podía ir por donde había venido!, ¡qué poco tienen algunos que hacer!

–¡Anda, ja, ja, ja!, pero yo sé que a ti pretendientes no te han faltao!

–¡Vaya un bujarrón[4]! ¿Quién te cuenta a ti esas cosas?

–Yo, que me intereso por mi clientela.

–¡Atiende, atiende, qué tomates más feos me estás poniendo, si parece que están arrastraos! ¡No me eches más que me quedan del jueves pasao!

–Pero la semana que viene no sacamos puesto, que es el día de la Virgen; llévate doble.

¡Doble ancho me voy a llevar! No te he dicho que me queda de todo…

–¡Anda, Mercedes, cuéntame lo de ese que vino de Murcia al Paraor[5] y te trajo naranjas y limones!

–¿Cómo sabes tú eso?, ya está, mi hermana.

––¡Va! eso no tuvo importancia.

–Ese sí que sé yo que era de tu edad y que se prendó de ti cuando te vio con esa gracia en tu caseta.

–Bueno, eso dijo cuando llegó a mi casa con las cajas de naranjas y de limones; pero yo le dije que en lo que menos estaba pensando era en casarme y dejarme a mis padres solos, que si quería, que se podía llevar lo que había traído. Él se lo dejó y mientras que estuvimos comiéndonos el género, nos acordábamos de mi contestación y mis hermanas se morían de risa.

–¡Hay que ver, que eres capaz de irte al otro mundo sin casarte!

–¡Y qué!, me voy como vine, entera; lo malo es el ajuar en el cofre, que ya está amarillo, y como las telas antes eran tiesecicas, ya sabes, de lienzo pa que duraran toa la vida,  las sábanas no valen ni pa limpiar el polvo porque arañan los muebles ja, ja, ja.

–¡Qué mujer! Ja, ja, ja!, ¡cada vez que vienes traes la alegría a mi puesto; eres la sal de la vida!

–Anda liante, farfullero[6], calla y despacha a esta criatura que se habrá dejao a los zagales solos. De eso me ahorro yo.

 

En primavera se iniciaba un rosario de fiestas que llegaba hasta el otoño. Trabajando con fuerza masculina, Mercedes preparaba la caseta y el género para ir vendiendo de pueblo en pueblo la mercancía a su parroquia, que era muy buena y que la trataba como a una de la familia.

La caseta era una estructura de palos de madera y lonas, que lo único que tenía sólido era el mostrador. Cuando esa estructura, al terminar la jornada, se tapaba con otra lona, quedaba convertida en una habitación, donde se repartían el suelo sus padres y ella, que no la dejaban sola a pesar de su edad y salud debilitada. La vida resultaba dura, pero aquel oficio era lo único que había permitido a sus hermanas ahorrar para casarse y a ella poder vivir con un cierto desahogo.

El encendido diario de las luces de la feria transformaba a esta mujer, que se acicalaba para atender a sus parroquianos y a toda aquella gente a la que le llamaba la atención su desparpajo.

Los días transcurrían lentos y a veces las inclemencias del tiempo le jugaron malas pasadas, vientos que le levantaron el arte, lluvias impertinentes que un día tras otro arruinaban la fiesta y sembraban desolación en las calles, y hasta granizadas violentas que anegaban el suelo de su habitáculo, ya que era la propia baldosa. Más de una vez tuvo que desechar género enmohecido, y en más de una ocasión necesitó buscar amparo en los vecinos del pueblo, ante la amenaza de los rayos de las temibles tormentas de verano; esta vida es dura sobre todo para quien tiene que vivir prácticamente en la calle. En una ocasión, de tanta lluvia, encontró ranas debajo de la cama plegable; y en otra ocasión el viento, con ella dentro, se metió en la caseta, la levantó y la colocó en medio de la calle; cuando acudieron a socorrerla, las lágrimas brotaron de sus ojos y el corazón aceleradamente movía el canesú de su fina camisa de batista. Solo en ocasiones como esta echaba de menos la protección y el apoyo de un hombre.

¡Dios mío, qué susto!, me he visto volando, creía que se iban a soltar los palos y me iban a matar. -Gracias, ya sabes, pienso ir descalza al Cristo, me has sacao de este apuro y yo soy agradecida. Y por mis padres  te pienso encender cincuenta velas. ¡Qué miedo más grande!, esto es lo que tiene este oficio, que estás vendía, que hay cosas que no te las esperas, porque si yo hubiera sabido lo que iba a pasar, me salgo del puesto y me refugio en cualquier portal, pero cómo se van a saber estas cosas.

-El verano es lo que tiene, que es muy hermoso, pero mira morena, hoy te has visto muy apurá.

La verdad es que Mercedes no tenía muchas opciones de trabajo porque no había ido ni a la escuela, nació en mal momento y encima esa pejiguera con los novios; la mujer nacía para casada y si se buscaba un buen marido, se colocaba bien, y él era el que tenía que trabajar, que la casa y los críos, pues ya se sabe, te comen mucho. Cosió zapatillas, ayudó a sus padres en un puestecico que tuvieron en la plaza de abastos, pero aquello era miseria y compañía, y un día su madre les dijo que su hermano se iba a hacer feriante y que le había dicho que para montar ese negocio no hacía falta mucho. Y así encontraron la manera de defenderse en la vida. Ni siquiera el no saber leer ni escribir la frenó, trabajaba como un hombre y encima nunca necesitó a nadie que le llevara las cuentas.

La que no se defiende es porque no quiere; claro, es más cómodo que te traigan el jornal, pero yo sé de algunas que tragan Quina Santa Catalina[7]. Yo nací en un mal momento, entonces lo que menos importaba era que fueras o no a la escuela; en cuanto te salían los dientes te ponían a trabajar, en la casa o donde fuera, echando agua con un cántaro o moviendo las hiladoras del cáñamo, y nadie pensaba en que tú estabas allí y que no habías tenido la suerte de tu hermana, que por lo menos sabía escribir y leer. La verdad es que no lo he echado de menos; me he valido como he podido para que nadie me engañe, y me enseñaron a poner mi nombre, porque, eso sí, me daba vergüenza firmar con la huella, y ya ves, me defiendo como la que más, y en la cara no llevas escrito si sabes o no de letras, lo que valen son los billetes que te dejan comer y comprar cosas para tu vejez. Claro que intentaron enseñarme cuando era mayor, pero no atinaba, y sufría, y llegaba a pensar que lo mismo no era normal. Mi madre aprendió a leer en las carteleras del cine, en mayúsculas, y esas letras sí las leía, pero yo ni eso, ¡menudo calentamiento de cabeza! Al final da lo mismo, todos vamos al hoyo, y nadie te pide la firma.



[1] ( No DRAE) En el sur de España esta palabra se refiere a la mujer atractiva y de prominentes curvas.

[2] Melocotones picados por la mosca de la fruta, que presentan buen aspecto exterior  pero que  por dentro están agusanados.

[3] Sinvergonzón.

[4] (Sí DRAE) Hombre que mantiene relaciones sexuales con otro hombre.

 Aquí está referido a ese tipo de hombres a los que les gusta mantener conversaciones sobre unos y otras, que se consideran propias de las mujeres.

[5]( Sí DRAE) Posada o mesón donde paraban principalmente los arrieros con sus recuas.

[6] ( Sí DRAE) Enredador.

[7] Expresión con la que se quiere decir que hay mujeres que aguantan los malos tratos del marido por mantenerse casadas. 



Del libro de Encarna Reinón ESCENAS ACROMÁTICAS
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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

sábado, 5 de junio de 2021

Memorias de Ángel Reinón Sánchez (Prólogo de Encarna)

 MEMORIAS DE ÁNGEL REINÓN  SÁNCHEZ 

Hijo de José Domingo Reinón Corbalán

y de Encarnación Sánchez Martínez-Reina 




A mi familia y, en particular, a mi mujer. 

2014


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PRÓLOGO

La vida de una persona está condicionada por el momento  histórico, político y económico del entorno en el que se  desenvuelve. Ángel Reinón nos presenta sus memorias y a través  de ellas, sin pretenderlo, una dilatada historia de su pueblo y de  las gentes con las que ha venido conviviendo. Cuenta en el  momento actual con 89 años, y con él vamos conociendo la  evolución de nuestro pueblo a lo largo de casi un siglo. El  presente libro, por tanto, es un documento de gran importancia.  

Cabe destacar un doble valor de estas memorias; por un  lado tenemos el propiamente sentimental, y por otro el de  testimonio del devenir histórico, político y social de Caravaca a lo  largo de casi un siglo.  

Ángel nos transmite a lo largo de su relato aquellos  acontecimientos de su vida que más lo han marcado o que más  le han hecho disfrutar o sufrir. Desde sus primeros años de vida  lo vemos que se desenvuelve con gran soltura; tiene muchos  amigos, muy buenas relaciones con su familia y gran facilidad  para hacerse querer. Nos relata cómo la necesidad lo lleva desde  niño al trabajo y cuenta como anécdota que su estatura era tan  pequeña, que lo tenían que subir de pie sobre un taburete para alcanzar al yunque. Se podría decir que su escuela es la vida y  que le salieron prácticamente los dientes trabajando. 

El autor del libro nos muestra cómo ha ido progresando en  la vida a fuerza de trabajo y de descansar también trabajando,  porque ni los domingos podía parar en algunas épocas en las que  había más necesidad. 

Habla de mucha gente con la que se ha relacionado, y  todavía se relaciona; pero yo destacaría a cuatro personas que  de una u otra manera son importantes en su vida. En primer  lugar sus padres; dice de su padre que era una persona seria  pero apreciada. De su madre que siempre ayudaba a quien lo  necesitaba. Estos dos valores los ha heredado Ángel de sus  progenitores.  

En segundo lugar destaca el fuerte vínculo que toda la vida  lo unió a su hermano, a pesar de que Ángel era mayor que él.  Destaca que se llevaban muy bien, y en varios momentos que lo  ayudó. 

En tercer lugar Tomás Corbalán ejerció sobre él el  magisterio de descubrirle que en las cosas cotidianas se puede  ser artista. Nos habla de él con un gran respeto y admiración, su  maestro. 

Y por último, y no menos importante para él, su familia, es  decir, la que formó cuando se casó con su novia, a la que conoció  una tarde en la que iba ella a por yeso y, cuando él le habló, le  contestó con agrado. Llevan toda una vida juntos y forman un  tándem perfecto. A diario se les ve caminar por la mañana  temprano, haciendo siempre el mismo recorrido, juntos desde  hace más de medio siglo. Tienen tres hijos y siete nietos.  

De estas memorias destacaría ese afán de  perfeccionamiento de Ángel en su producción artística, y el  orgullo que siente de ver su obra completa, la que está expuesta  en el museo y la que no. Cualquiera que haya tenido la suerte de  apreciar estas numerosas maravillas, que Ángel todavía crea, se  dará cuenta de lo minucioso que es en su trabajo, lo constante y  lo perfeccionista. De otra manera no se puede crear tanta  belleza.  

Unamuno empleó el término de intrahistoria para referirse  a la historia con minúscula de la vida diaria de las gentes de los  pueblos, que constituye el sustento de la Historia de los grandes  acontecimientos. En este sentido cabe destacar el relato de los  hechos que hace Ángel Reinón. Asistimos al clima prebélico  vivido en nuestra ciudad, a la incertidumbre de sus gentes, al  desconcierto de los niños, a la escasez de alimentos, a las  artimañas que tenían que tramar para que pudieran comer las familias. Este relato destaca los odios generados por las  ideologías, y las situaciones extremas que marcaron a los  habitantes de Caravaca y que, de vez en cuando, todavía salen a  colación en momentos concretos en que se recuerda el pasado. 

También refleja cómo tras la Guerra Civil la vida de los pueblos se  va rehaciendo. Las gentes poco a poco van resurgiendo hasta  llegar a los años sesenta en los que nos encontramos a una  sociedad que por lo menos puede vivir con dignidad, a base de  mucho esfuerzo familiar.  

Estas memorias recogen también cómo se entretenía la  gente, las diversas fiestas que se hacían en este pueblo, y  costumbres como ir de gira el domingo de Resurrección al  monte, con la familia, que nos muestran a una sociedad que  tenía en sus ratos de ocio la prioridad de las relaciones familiares  y sociales. Las Fiestas de Mayo son el punto de partida del gran  acontecimiento social al que han llegado en nuestros días. Las  fiestas de San Antón como las relata Ángel han desaparecido, tal  vez porque aquella gran industria de la alpargata ya no es lo que  era.  

Me gustaría expresar el valor sentimental que este trabajo  tiene para mí, porque a través de él reconozco al padre que  admiro por su saber estar en cualquier situación, por su  capacidad de trabajo y de lucha para salir de las situaciones adversas, por su talante tolerante y, sobre todo, por ser una  persona buena en el sentido más amplio de la palabra. Siempre  le han gustado las cosas bien hechas y, conforme va pasando el  tiempo, se vuelve más exigente consigo mismo. Su capacidad de  esfuerzo es muy grande, quiero destacar lo que dice de cuando  estaba volcado en la creación de su artesanía, que estaba muy a  gusto cuando vivían en la parte de arriba de la terraza porque  solo perdía de trabajar el rato de comer. Así es mi padre, un  trabajador incansable que no sé con lo que nos puede  sorprender ahora.  

Desde aquí le quiero dar las gracias por todo lo que ha  hecho por nosotros.


Encarna Reinón

hija de Ángel Reinón Sánchez y de Francisca Fernández García



Del libro "MEMORIAS DE ÁNGEL REINÓN SÁNCHEZ"

https://mosaicoencarnareinon.blogspot.com/p/memorias-de-angel-reinon-sanchez.html

domingo, 16 de mayo de 2021

Otra mirada

 

¡Menuda mansión! Las dimensiones de aquella casa estaban más cerca de ser las de un palacete que las de una vivienda normal. Las habitaciones se distribuían en tres plantas, y cada una tenía su cuarto de baño particular. El aspecto exterior era muy agradable, con colores pasteles, y estaba rodeada por un jardín, que aunque pequeño, en comparación con el resto de la vivienda, disponía de todo lo necesario para pasar buenos ratos en él.

¡Qué cansada que estoy hoy! Duermo cada día peor porque mis miedos no me dejan vivir en paz. Día tras día oscurece antes y las noches parecen más largas. Cuando llega la luz del día respiro aliviada, porque sé que estaré protegida. La otra noche terminé con el corazón a punto de estallar; se oía un ruido lejano que conforme se acercaba era más estruendoso, parecía un monstruo de siete cabezas que venía a buscarme. Me hice un ovillo y notaba cómo todo mi cuerpo temblaba. Cada vez se aproximaba más, y yo cada vez me sentía más cerca de la muerte, cuando de repente se oyó un silbido tan fuerte que creía que me quedaba sorda, y aparecieron dos barrenderos con una máquina nueva y estrepitosa, tan ruidosa que no la podía casi aguantar. ¡Qué susto, madre mía! cuando vi clarear el día me sentí la más dichosa del mundo. Me siento sola con frecuencia y me cuesta hacer amigos, tal vez hoy me atreva a hablar con alguien.

 

–Hola, ¿cómo te llamas?

–Me llamo Princesa, ¿y tú?

–Yo me llamo Linda.

–¿Dónde vives?

–En la ciudad, en el bonito jardín de una hermosa casa.

–¿Vienes mucho por aquí?

–Bastantes veces; mi dueña se sienta a leer y me deja corretear y jugar.

–¿Tienes amo, Princesa?

–Claro, tengo los mejores amos del mundo, y, como ellos dicen, nosotras vivimos en un paraíso.

–¿Por qué dicen eso?

–Porque aquí estamos libres, corremos lo que queremos, ladramos, comemos cuanto nos apetece y, además, disfrutamos de árboles frutales y de nueces todo el año.

–Has dicho antes nosotras, ¿a quiénes te referías?

–A mis compañeras, que son como mis hermanas; miramos las unas por las otras y nos hacemos compañía. Espera que te las presente. Dido, ¿podéis subir? Esta es linda; Linda estas son Jazmín, Dido y Venus. La mayor de las cuatro es Dido, pastor alemán; le sigue Venus, de raza cruzada, una buena cazadora; Jazmín se metió aquí con nosotras un día en el que se vino detrás de mi ama, es callejera, y yo, que soy la más pequeña y soy golden; Jazmín, cuando llegué, me adoptó y me cuidaba como si fuera mi propia madre. La jefa es Dido. Todas estamos aquí desde pequeñas; hemos crecido en libertad.

–Se os ve felices.

–Sí, somos muy felices. Nuestros amos nos quieren y vienen a vernos a diario, estamos las cuatro juntas y no nos falta de nada. Y tú, ¿cómo vives?

–Yo me paso el día prácticamente sola, porque mis amos trabajan. Se portan muy bien conmigo pero por la noche tengo que dormir en mi caseta en la puerta de la casa. No me falta de nada y me quieren y me miman mucho. Pero no sé si soy feliz.

–Mira, tienes todo lo necesario para ser feliz. Ser feliz no es tenerlo todo, sino conformarse con lo que una tiene y verle las cosas positivas. Si nos ponemos a pensar, todos tenemos motivos para no ver la felicidad, pero no hay que empeñarse en ver el lado negro de las cosas, hay que vivir con optimismo. Y por las noches, piensa en motivos alegres y verás cómo no te sientes tan sola.

–Princesa, creo que tienes toda la razón. Cuánto me alegro de haber subido a verte. Si no te importa vendré a menudo porque creo que podemos llegar a ser muy buenas amigas.

–No lo dudo. Ya sabes, cuando mires la botella aprende a verla medio llena. A veces la felicidad la tenemos delante y nos obcecamos en no querer reconocerla.

Del libro de Encarna Reinón ESCENAS ACROMÁTICAS

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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

domingo, 9 de mayo de 2021

A cambio de nada

A cambio de nada

 

En octubre de la sombra huye, pero, si sales al sol, cuida de la insolación. Ni a sol ni a sombra se estaba bien en el recreo, por eso algunos días María prefería quedarse en la clase con la maestra. Niña muy presumida y estudiosa, se sentaba con una compañera que había llegado de un lejano país de Centroamérica. Tenían en común el idioma, pero solo eso. La niña inmigrante contaba con dos años más que ella, es decir, ya había cumplido los doce, pero, como no había ido a la escuela en su país, apenas sabía defenderse.

 María pensaba que, aunque en el colegio les habían enseñado que había que ser solidarios, a ella no le apetecía perder el tiempo con aquella tímida compañera que apenas sabía pronunciar su nombre.

La profesora desde el primer momento observó esta conducta pero,  como lo que se impone se rechaza, pensó que sería mejor que poco a poco entendiera que todos nos necesitamos en la vida.

Admira Estefanía, muchachota de aspecto robusto y de piel mulata, era tan tímida que no levantaba los ojos del suelo para hablar con nadie. Pasaba los recreos sola o se arrimaba a otros niños que, como ella, llegaron de lugares lejanos para buscar mejorar en la vida.

Un día la maestra dispuso que los alumnos hicieran en casa una redacción sobre la familia, lugar de nacimiento, situación actual…, y Admira se animó porque sentía necesidad de comunicarse con los demás, y pidió leerla voluntaria:

"Yo soy de un pueblito tan chiquito que no posee ni escuela ni tiendas donde comprar. Para llegar al colegio más próximo tenía que andar cinco kilómetros por caminos llenos de guijarros que, cuando llovía, servían igualmente de cauce a las aguas torrenciales. Los fríos inviernos poníamos piedras calientes en los bolsillos para mantener el calor del cuerpo, y las calurosas primaveras casi nos imposibilitaban volver a casa por la deshidratación. Mis padres pronto necesitaron otras manos para trabajar y a los seis años dejé el colegio definitivamente, por eso no me defiendo muy bien. En julio mi papá decidió que ya no podíamos arrastrar más miseria y gastó todos sus ahorros esperando mejorar en este país. He dejado atrás mi casa, a mis abuelos, tíos, primos y mi perrita Chamaca. Soy muy tímida pero tengo muchos deseos de aprender para prosperar, como dice mi padre".

La clase permaneció en silencio un rato, la maestra empañó sus ojos de tímidas lágrimas condenadas a no llegar a ser llanto, pero María se mantuvo en todo momento distante.

 Antes de que llegara el frío, el profesor de Educación Física planteó la actividad programada de Orientación en la Naturaleza. Para ello salieron del centro a un paraje próximo con lo indispensable, por si se despistaban, y por parejas siguieron las indicaciones del docente.

María y Admira eran pareja, porque el profesor respetó la ubicación de cada uno en clase. El día estaba claro y previamente había marcado las señales que debían de seguir para cumplir el objetivo propuesto. María siempre iba delante y, cuando la compañera observó que se salía del camino indicado, llamó su atención; altiva, le respondió que sabía lo que hacía y que quería ver una fuente que en una ocasión le enseño su papá. Admira la siguió, pero la maleza cada vez se espesaba más y una densa niebla casi las hacía invisibles.

–María, deberíamos de volver.

–¿Es que encima de todo eres una miedica?

–No me digas eso, pero la niebla no deja que veamos lo que vamos pisando.

En aquel momento María tropezó con una piedra y se dio de bruces en el suelo, no sin antes engancharse la cara con una zarza. Cuando pudo levantarse con ayuda de su compañera, se dio cuenta de que el tobillo estaba bastante hinchado y de que la cara le sangraba.

–¡Anda!, siéntate sobre esa piedra y espera un poco.

–¿Pero es que me vas a dejar sola? Puede venir algún animal… o puedes no reconocer el camino de vuelta.

–No te preocupes que tardo un momento. Mira, tú sabes leer en los libros y yo en las sendas.

Cuando regresó, llevaba en las manos un ramo de hierbas que desmenuzó con cuidado, las puso sobre un papel, las metió en su boca para masticarlas pausadamente y las volvió a escupir sobre el papel.

–¿Qué es eso?

–Un remedio que aprendí de mi abuela; lo cura todo.

–¿Pero qué es?

–Nada raro, plantas silvestres: ortigas, malvas y bocas de dragón. Estira la pierna.

–Pero las ortigas pican, ¿cómo has sido capaz de meterlas en tu boca?

–¡Anda, María, calla y estira bien la pierna!

Cuidadosamente untó aquel brebaje sobre el tobillo y lo tapó con un pañuelo que llevaba al cuello; la cara igualmente la cubrió con la mezcla. Esperaron un rato sentadas para que bajara la hinchazón y se disipara la niebla, y media hora después salieron en busca de los demás compañeros. Cuando llegaron, la regañina no fue pequeña, pero las dos compañeras, compinchadas, guardaron silencio y aceptaron todo lo que les cayó encima: una amonestación por desobediencia, dos puntos menos en la asignatura de Educación Física y una semana sin salir al recreo.

A partir de aquel momento María cambió de actitud con Admira, a la que consideraba su mejor amiga, la ayudaba en clase y la niña mejoró visiblemente. Un día la maestra pidió a María que se quedara un poco a la salida al recreo y le preguntó por su cambio de actitud, y la niña le respondió, ante el asombro de la docente, que Admira le dio  mucho a cambio de nada y que su respuesta tenía que ser solidaria; ahora es mi mejor amiga, conozco a su familia y ella a la mía y muchas tardes la ayudo con lo que no ha entendido en clase, y así me siento bien porque fui muy egoísta cuando llegó y pensé desde mi pedestal que qué me podía dar a mí una inmigrante. He comprobado que todos podemos dar algo a los demás y que la solidaridad es un bien muy hermoso.

 

"Buenas acciones valen más que buenas razones"

Del libro de Encarna Reinón LECCIONES DE VIDA
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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

sábado, 24 de abril de 2021

¿Dios escribe recto?[1]


 

Después de un intenso día de agobiante trabajo salió a pasear con el único objetivo de respirar aire fresco. El cielo no estaba muy despejado y, a pesar de que amenazaba lluvia, conscientemente no cogió su paraguas. En la esquina próxima al parque la castañera voceaba su producto recién hecho y calentito y, como arrastrada por una fuerza inevitable, compró un cartucho de humeantes y olorosas castañas y un algodón de azúcar.

¡Qué rico está el algodón!, tiene el mismo sabor que las nubes que compra mi hermano; tal vez por eso me gustan tanto. ¡Vaya!, no lo había pensado antes. ¡Y las castañas, benditas castañas!, me recuerdan aquellas húmedas tardes de llovizna insistente en las que mi paciente padre nos cogía de la mano a mi hermana y a mí y nos acercaba al cine, y de paso nos compraba un cartucho. Cuando llegábamos, nos las comíamos ansiosas y nos tiznábamos la cara y nos reíamos. El pobre terminaba calado hasta los huesos, pero no le quedaban manos para socorrerse de la lluvia. ¡Cómo pasa el tiempo!

Era muy golosa y esa máscara pegajosa que dejaba en los labios el algodón en contacto con la saliva le hizo buscar en su bolso una toallita húmeda para poder limpiarse aquel dulce y nostálgico embozo. Los recuerdos le habían hecho pasar un rato muy agradable. En aquel preciso momento la memoria se le impregnó por entero de la nostalgia de su madre; los había dejado tan pronto que, a pesar de que se esforzaba, no recordaba el tacto de sus manos ni la calidez de sus besos; su memoria era la de las fotografías que llenaban todos los rincones de su casa. No sabía lo que era confiarle un secreto, pedirle una opinión, desear volver de clase para notar su presencia; había dejado un hueco en su vida doloroso e intrigante a la vez porque muchas veces se preguntaba cómo habría sido su existencia con ella. No era amiga de lamentos, pero de vez en cuando la añoranza le jugaba malas pasadas.

Leonor tenía veinticinco años y un trabajo todo lo bueno que se podía encontrar. A pesar de su excelente preparación académica, era graduada en Filosofía, y sus conocimientos de idiomas, dominaba a la perfección el inglés, el polaco, el japonés y el griego moderno, su trabajo no era todo lo bueno que se merecía, ni el sueldo, pero ella era positiva y veía en él su libertad y autonomía. Muy inteligente y excelente pensadora, sus compañeros la tenían como referencia para consultarle cualquier tipo de problema, tanto profesional como personal. Morena de cabello matizado con tonos cobrizos, de piel blanca resaltada por la profundidad de su pelo, boca jugosa y labios carnosos y rosados, y ojos totalmente expresivos, juguetones y a veces con matices picarones resaltados por su risa, catarata de sonidos alegres, a pesar de su juventud, transmitía tranquilidad y seguridad. No era muy alta, pero estaba bien formada y tenía un cierto estilo para andar y vestir, siempre dentro de una sencillez casi monacal; ni pendientes ni otro tipo de complementos, para ella la comodidad era antes que la estética ya que había sido educada en la sobriedad.

El verano estaba a la vuelta de la esquina y necesitaba salir de la ciudad unos días. No sabía si buscar playa o montaña, pensaba ir sola y, por lo tanto, la decisión dependía de ella. Los sábados por la tarde los dedicaba a no hacer nada, bueno sí, a ver la televisión y a cambiar de canal hasta encontrar algo entretenido. En uno de esos cambios lo que salió en la pantalla la dejó boquiabierta, un grupo de niños jugaba con balones y espadas correteando por encima de unas tumbas en un cementerio. Lo que oyó la sorprendió aún más, que en su pobreza las gentes de aquella ciudad, como no tenían casa donde vivir, hacían de lo que nosotros llamamos panteones en un cementerio su habitáculo y lo cuidaban porque tenían allí todo lo que poseían: televisión, hornillo para guisar, camas… Siguió atentamente todo lo que se veía y oía, y al final del programa anotó el número de teléfono y de correo electrónico que salió en la pantalla porque pedían voluntarios. Día tras día recordaba con asombro aquellas impactantes imágenes y decidió ponerse en contacto con aquella gente a ver qué era eso del voluntariado.

Tengo que ver con mis propios ojos las miserias del mundo, creo que podré poner mi granito de arena y ayudar. No es que sea muy asidua en la iglesia, pero soy católica y estas cosas te mueven la conciencia. Además, qué mejor que pasar un mes desconectando de verdad. El billete me cuesta lo que pensaba gastar este año en las vacaciones, me dan de comer y cama y creo que será una experiencia inolvidable. Mi padre no tiene por qué saberlo todo, es un don inconvenientes, mejor me callo y consulto con la almohada las posibles dudas.

La experiencia fue realmente positiva; para Leonor aquellas vivencias formaron parte de su proceso de maduración personal. Ver tanta miseria acumulada, tanto hacinamiento de personas debilitadas por el hambre y las enfermedades, mezcladas con los animales que les servían como alimento en el mismo habitáculo, le sirvió como acicate para tomar la decisión que habría de marcar su vida: se juró a sí misma que colaboraría en todo lo que estuviera en su mano para paliar el dolor de aquellas víctimas inocentes. De vuelta al trabajo reanudó la rutina  y sus compañeros la recibieron con los brazos abiertos y aquel día la invitaron a comer, ansiosos por el relato de sus aventuras.

 Pasó el tiempo y se estableció de nuevo la rutina de la normalidad, y un día de camino a la parada del autobús Leonor notó cómo el bolso le vibraba, ¡vaya!, será el pesado de mi hermano que desde que tiene móvil no me deja tranquila ni a sol ni a sombra. Prosiguió su camino, llegó a su casa, estiró los brazos, se bebió un vaso de agua con limón escurrido y se dispuso a revisar los mensajes de su móvil: "Los laboratorios farmacéuticos informan de que se van a realizar unas pruebas de medicamentos próximamente. Se necesitan personas jóvenes dispuestas para los ensayos clínicos. El 40% de los beneficios de venta llegarán sin impuestos al Tercer Mundo. Interesados contactar en horario laboral con…"

Es horrible ver el mundo desde esta perspectiva. ¿Qué soy? No encuentro respuesta a esta pregunta. Mi padre no se atreve a darme un beso de despedida y mi hermana no viene porque es muy sensible y se pasa dos o tres días después de verme vomitando. Mi hermano es el único que me besa y me impregna de sabor a nubes y olor a algodón de azúcar y que me habla y me cuenta cosas del colegio o de la familia.

Qué pesado es notar que te tocan, que te vapulean; lo mejor de todo esto es no sentir dolor. Estoy, como en un túnel del tiempo, sin cuerpo, como flotando, pero con cerebro. Las enfermeras se lamentan de mi inconsciencia; una de ellas tiene una hija de mi edad y de vez en cuando, al quedarse a solas conmigo, me cuenta cosas; parece que no se llevan muy bien, es algo alocada y hace poco se fue a vivir con el novio y, como ninguno de los dos trabaja, las familias tienen que correr con los gastos. Bueno, por lo menos me da tema para pensar. Aquí no pasa el tiempo, todo parece estancado; solo me sirven como reloj las visitas semanales de mi familia y las entradas y salidas del personal sanitario. El otro día mi hermano me recordaba aquella película que vimos los dos cogidos de la mano y que nos hizo llorar a mares, me dijo que se acuerda mucho de ella porque a mí me pasa lo mismo.

 Un año ya de soledad, un año ya de sufrimiento. El contador de mi vida se ralentizó en el mismo instante en el que entré por aquella puerta y se cerró detrás de mí. No me arrepiento de la decisión que tomé tras leer aquel mensaje, creo que si tuviera otra oportunidad lo volvería a hacer igual. Echo de menos el trabajo, mis paseos por el parque en las húmedas tardes de otoño con las manos calientes por las castañas. Echo de menos las conversaciones con mi hermana, poder comer una manzana a mordiscos, poder sentir el agua de la ducha caer caliente sobre mi cabeza. Son múltiples sensaciones que llenan la rutina de la vida y que no las apreciamos. ¡Bendita normalidad! ¡Bendita rutina! Ahora mi vida es una sucesión de imágenes de gente que entra y sale por esa puerta, gris como la nebulosa, y que cambia el gotero, me muda el pañal, desinfecta la habitación; y eso un día y otro, y otro, y otro más, en un eterno retorno que tiene que tener un final.

 Hoy estoy esperanzada porque en la última visita mi hermano me leyó un recorte de periódico, que le quitó a mi padre, en el que decía que un médico noruego creía que había encontrado una posible salida a mi problema. Que iba a venir para experimentar conmigo. Mi caso corrió como la pólvora por los periódicos de todo el mundo. ¡Bueno, de algo tiene que servir tanta globalización!  Deseo con todas mis fuerzas que esto tenga solución; no cruzo los dedos porque no puedo, pero reflexionaré sobre el asunto porque, cuando se cierran los ojos y se piensa con fuerza en algo, dicen que eso ocurre. Estos son momentos de esperanza, de fe en los demás y en esa fuerza que me hace todos los días soportar esta muerte en vida con resignación. Hoy creo que por fin he entendido aquella afirmación que ha rondado por mi cabeza desde aquel día en que la oí en clase: "Dios escribe recto en renglones torcidos". Yo debo de ser uno de esos renglones que parece que Dios quiere ya enderezar.



[1] Dios escribe recto en renglones torcidos significa que, aunque a veces creamos que lo que ocurre es un castigo, si pensamos en profundidad, nos daremos cuenta de que Dios nunca se equivoca y de que hay que esperar para encontrar sentido a lo que nos acontece.



Del libro de Encarna Reinón  ACUARELA DE VERDES

www.diegomarin.com/9788417438654-acuarela-de-verdes.html

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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

domingo, 11 de abril de 2021

TIEMPO DE ESPERA

                    

 A veces esperar la muerte da sentido a la vida. A veces la vida transcurre a la sombra de una higuera, y el universo se reduce a la contemplación de la vida desde esa perspectiva.

Cada individuo tiene su propia filosofía, su propio mundo, y establece sus fronteras, hijas de sus ambiciones. Hay quien ambiciona todo en la vida, y hay a quien le sobra todo porque desde su universo casi todo es prescindible.

Juan Pedro tiene la piel curtida por el sol y el aire del campo; es medianete, un poco encorvado y enjuto de rostro. Su piel está surcada por el tiempo, y sus manos son el canto a una época de esfuerzo y necesidad, de juventud y potencia. Nació en un cortijo que lindaba con el cielo y la tierra, desde donde no se veía más que eso, cielo y tierra, y donde aprendió que el trabajo hace digno al hombre, porque esa herencia la recibió de sus progenitores. Allí empezó a vivir en armonía consigo mismo y a valorar el paso del tiempo como espera.

Aprendió las letras necesarias en quince días para después, en sus momentos de soledad en el monte con sus ovejas, combinarlas y darles sentido. Sabe leer y escribir lo preciso para reírse de la burocracia con su firma, y no le interesa la complicación de las palabras porque ha podido sobrevivir en su simplicidad.

Un golpe de suerte del destino convirtió a su familia en terrateniente, precisamente de lo que por justicia y trabajo le correspondía. Y su matrimonio y la herencia le hicieron prosperar, y cambió el aislamiento por la soledad de su nuevo cortijo.

Juan Pedro ya no tiene prisa, está jubilado y mermado de fuerzas, y ahora se dedica a contemplar el paso de los días y de las horas, a esperar lidiar la última faena, a vivir bajo su higuera.

Los días transcurren, unos con más sol y otros con menos, con el aire de abajo o de arriba, y Juan Pedro desde su silencio y contemplación de la vida espera pacientemente.

Hay días en que también hace extras como los de mercado, cuando coge su carretilla nueva y se acerca con la mujer a acarrear la compra, "porque, sabe usted, ella no tiene fuerza en ese brazo desde la operación". Y en las fiestas se pone su ropa nueva y su reloj de bolsillo que guarda para las ocasiones. El médico le ha quitado el tabaco, pero él piensa que un poco de vida menos no le viene mal a nadie.

Es difícil desde fuera entender esta postura de aparente simplismo, pero de profunda filosofía ante la muerte. Cuando ya uno ha dado de sí todo a la vida y ha recogido los frutos que esta le ha querido dar, cuando las cuentas están claras, qué mejor oficio que saber esperar con dignidad el fin anunciado de la vida. Tal vez esta postura sea la auténtica, y no la hipócrita, de quien nunca quiere aceptar el paso del tiempo.

Sólo un desacompasado y viejo acordeón suena de tarde en tarde, melancólico de otros tiempos, presionado por esas manos desencajadas por el esfuerzo de otros tiempos. Sus notas, irreconocibles, son hijas de la constancia y de la nostalgia.

Y yo contemplando a quien contempla, intento entender el sentido de la espera y exprimir los placeres del silencio.

 

Agosto de 1997



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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura

domingo, 28 de marzo de 2021

Revaloricemos los Valores

 

Los valores sociales[1], éticos[2] y morales[3] son una asignatura pendiente para las nuevas generaciones. La proliferación de la hiperinformación y ocio en las redes llena huecos que las familias, por comodidad o carencia de tiempo, han dejado vacíos. Hoy los hijos se educan visitando contenidos que no son aptos para su edad o tanteando con peligros que pueden traer consecuencias tanto a ellos como a sus familias; cada vez son más alarmantes las noticias del acceso de menores a informaciones de carácter sexual o de otro tipo, no adecuadas para su nivel de entendimiento, que lo único que consiguen es tergiversar el concepto del amor y del respeto al otro; igualmente nos hablan de la captación de niños por redes de pederastas que exhiben como trofeos sus fotografías en páginas demasiado visitadas; o de los que asisten a un acoso cibernético a veces, demasiadas, siendo partícipes del mismo. Y todo esto ocurre desde la propia casa o en lugares en los que los menores, acompañados de sus padres y absortos en sus móviles, están muy distantes de lo que mi generación consideraba que era la normalidad.

 Tradicionalmente la sociedad ha valorado como algo positivo la elegancia y los buenos modales; siempre ha dado lecciones de buen comportamiento con el suyo propio, pero, salvo honrosas excepciones, hoy la dejadez lleva al atropello porque, por ejemplo, casi nadie ha dicho que es de buena educación apartarse cuando viene otra persona de frente, no gritar cuando se está en la vía pública, evitar expresiones soeces o dirigirse a la gente mayor con un "usted" de cortesía y respeto. Actualmente se dan situaciones tan guiñolescas[4] como la de ir alguien leyendo un mensaje en el móvil y arramblar con quien viene de frente porque ¿por qué se va a quitar él o ella?, que se quite quien venga, pasar por la angostura de una puerta llevándose por delante a cualquiera que pretendiera hacer lo mismo en su turno, y tantas  actitudes negativas que enumerarlas aburriría incluso a quienes están de acuerdo con lo que refiero. Con el ejemplo se educa para bien y para mal, y todos tenemos la obligación de recuperar los valores como bienes sociales y que ese sea el mensaje que reciban los más pequeños, los que en su momento tendrán que educar a las nuevas generaciones.

No se trata de hacer un listado con todo lo que nos aleja cada vez más en determinados momentos  de la racionalidad, sino de tomar conciencia de que es necesario educar a los hijos con sensatez. Y esta educación, no nos olvidemos, tiene que empezar en casa, desde que son bebés y se echan pulsos con los padres. No podemos caer en el error de justificar nuestro fracaso culpando a la escuela de no lograr lo que nosotros hemos abandonado. Educamos seres abocados a desenvolverse en una sociedad que tiene que recuperar los hábitos saludables en sus relaciones con los otros, que quizás eran un importante legado para los que nos precedieron en el tiempo y que aprendieron en lo que veían a pesar de que muchos no pudieron ir a la escuela.

 Para estas generaciones el refranero constituía un pozo de sabiduría, pero bien leído y trayendo a colación la sentencia adecuada, porque bien se sabe que "En todos sitios cuecen habas". Actualmente estos dichos sentenciosos no solo se manejan poco en el uso idiomático común, sino que también las nuevas generaciones los entienden con dificultad; el sentido metafórico de los refranes se les escapa porque están demasiado poco acostumbrados al esfuerzo, incluso el de pensar.

 Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras y tenemos que hacer una regresión y recuperar los modales y sentimientos que nos distinguen. No se puede dejar que eduquen a los hijos ni la publicidad, la mala publicidad de mensajes e imágenes totalmente rechazables, ni los ordenadores, que los pueden llevar tan lejos, a veces a lugares no deseados por los padres. Que tu hijo no vea en ti aquello que le estás exigiendo que no haga, eres su modelo, su líder. 

Con esta serie de cuentos espero ayudar a los niños a entender que hay que ser respetuoso con el otro y que los problemas tienen solución siempre que se la queramos encontrar. Espero que cada uno de ellos les sirva para reflexionar sobre aspectos muy valiosos de la vida y para que entiendan, tanto ellos como sus padres, que la tradición nunca ha estado reñida con la normalidad.

Van agrupados en cuatro secciones que se corresponden con las estaciones del año y cada sección va ilustrada con tres refranes referidos a la misma. A su vez, cada cuento lleva un refrán al principio, adecuado a la estación del año que le corresponde, y otro al final, que resume el mensaje que contiene; y esta es una ocasión de poner en contacto a los niños con los padres o, tal vez, con los abuelos para que den valor a lo que nos pueden legar nuestros mayores, que subyace latente esperando a que alguien se interese por conocerlo.

 

"La sociedad paga bien caro el abandono en que deja a sus hijos, como todos los padres que no educan a los suyos".

                                                          Concepción Arenal (Periodista y escritora gallega del siglo XIX)

"Bien haya quien a los suyos se parece"

                                                                         "Refranes antiguos evangelios chicos"

                 Refranero tradicional español



[1] (DRAE) Perteneciente o relativo a la sociedad o conjunto de personas, pueblos o naciones que conviven bajo normas comunes.

[2] (DRAE) Perteneciente o relativo a la ética o conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida.

[3] (DRAE) Perteneciente o relativo a las acciones de la persona, desde el  punto de vista de su obrar en relación con el bien o el mal en función de su vida individual y, sobre todo, colectiva.

[4] (DRAE) Perteneciente o relativo al guiñol, teatro representado por medio de títeres que se manejan introduciendo una mano en su interior.

Títere aquí no hay que entenderlo en sentido literal, como muñeco, sino que se refiere a la persona que se deja manipular.



Del libro de Encarna Reinón LECCIONES DE VIDA (Prólogo)
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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura