sábado, 21 de noviembre de 2020

Las pequeñas cosas

Las pequeñas cosas

 

En julio beber y sudar y el fresco en balde buscar.  El verano aquel año había entrado con fuerza y la verdad es que Sole a veces no lo soportaba; arrastrar desde mayo temperaturas tan altas la ponía de muy mal humor; las horas de calor no acababan nunca y ella se aburría tanto que cuando empezaba la escuela soltaba un suspiro de alivio. Sus padres, agricultores, no podían llevarla de vacaciones y, año tras año, la niña permanecía en el pueblo. Por las tardes jugaba con sus amigas por la calle pero nunca iba  con ellas a la piscina porque su madre se asustaba por si le pasaba algo yendo sola.

Una sorpresiva llamada de teléfono de su tía y una propuesta de que pasara con los primos lo que quedaba de verano, revolucionó su vida. Sus padres la mandaron en el tren a la playa, en la que sus primos pasaban las vacaciones, y sus tíos la recogieron a su llegada. Tenía una prima de su edad, otra de quince años y un primo de dieciséis, que la recibieron con inmensa alegría porque era una niña muy sociable y simpática.

Disfrutó de lo lindo bañándose en el mar y jugando a todas horas. El cumpleaños de la prima de su edad estaba próximo y ella ayudó en el preparativo de una fiesta sorpresa. Acudieron los niños amigos de la playa y sus padres y la fiesta fue todo un éxito que sorprendió a su prima, ya lo creo que la sorprendió. Cuando entró al comedor a dejar la pelota, un efusivo ¡sorpresa!, la asustó de tal modo que le dio hasta taquicardia. Una vez tranquilizada, recogió los variados regalos que le habían llevado unos y otros.

Los padres le regalaron un teléfono móvil de última generación, su hermana una tablet, su hermano  un dispositivo para la tele y unas gafas para realizar visitas virtuales a Disney París, y Sole una preciosa caracola que encontró a la orilla del mar y que limpió, decoró y lacó con sus propias manos.

La prima recogió todos los regalos con agrado, pero el de Sole lo miró con extrañeza. Cuando fueron a dormir, la niña le preguntó que si le había gustado su obsequio y la prima le dijo que bueno, que no estaba mal, pero que no lo entendía. Sole intentó explicarle lo que su familia le había transmitido sobre el valor de lo que nos rodea: "En mi casa buscamos siempre regalos así; mis padres me han enseñado que el dinero no se puede derrochar en cosas que luego se dejan abandonadas porque te cansas, porque cuesta mucho ganarlo, y que las pequeñas cosas, si las damos con amor, son los mejores regalos. Lo importante no es lo que des sino el afecto con el que lo haces. Mis padres me han enseñado a disfrutar observando las primeras flores de la primavera, las hermosas puestas de sol, tomando un buen pedazo de bizcocho recién hecho, en familia y, sobre todo, conversando con ellos de todo lo que se nos ocurre siempre que nos sentamos a la mesa."

La prima se quedó reflexionando sobre lo que Sole le había dicho. El verano estaba próximo a su fin y había que volver a la rutina, y la noche anterior a la salida de la niña para el pueblo le prepararon una fiesta familiar de despedida, en la que recibió el afecto de sus parientes y modestos obsequios que ellos mismos habían confeccionado. Su prima le regaló un collar de conchas de almejas recogidas en la orilla de la playa, que su padre había taladrado para poder pasar el hilo de unión. La niña se emocionó sobre todo cuando le dijo que por primera vez en su vida había disfrutado contemplando una puesta de sol; unas lágrimas tímidas, que no llegaron a rodar, humedecieron sus ojos por la emoción del momento. Aquellas habían sido las mejores vacaciones de su vida.


"El que guarda siempre tiene"

"El dinero no da la felicidad"



Del libro de Encarna Reinón, LECCIONES DE VIDA

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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura