lunes, 12 de julio de 2021

La sal de la vida


Aquella mañana el pueblo se despertó triste; tras el primer doble de campanas, la noticia corrió como la pólvora. Dichosa ella, ya llevaba dos años de mucho padecimiento, la vi hace dos meses y no era ni su sombra, tan graciosa, con ese salero que nos hacía reír a carcajadas. No se ha visto ni un momento sola, la familia se ha portado con ella como era de esperar. ¡Hay que ver, qué poco somos y a lo que llegamos! Pero así descansa de una vez, que para vivir con esa pena mejor terminar.

Nadie hubiera pensado que debajo de aquel aspecto explosivo se escondía una mujer llena de inseguridades. Su paso por cualquier sitio se sentía como el de un torbellino que no deja a nadie impasible. Era una hembra guapetona y arrolladoramente simpática; su cabello, moreno, combinaba con unos ojos que, aunque pequeños, irradiaban alegría. Necesitaba a la gente para hacerle reír, porque cada palabra que salía de su boca era una carcajada segura entre quienes la escuchaban. Como dicen los viejos, resultaba una hembra jaquetona[1], con una buena pechera, que soportó toda su vida lo mejor que pudo, y con un buen tipo, deseable por cualquier hombre.

¿Cómo una mujer así todavía podía estar soltera? ¿Qué miedos sentía ante los hombres?

 

–Mercedes, ¿es que se han acabao los hombres en tu pueblo?

–¡Anda, sinvergonzón, estate en lo que estás haciendo, que luego me echas melocotones con bolsa![2]

–¡Ahora dicen que los gusanos tienen proteínas, ja,  ja,  ja!

–Que digan lo que quieran pero como sean como los del otro día… ¡yo no sé cómo bajo todavía al mercao!

–¡A verme, morena, si no tuviera mujer…!

–Anda, juagarzo[3], estate en lo que estás haciendo.

–¡No me explico cómo una mujerona como tú…!

–Mira, hijo, es que en este pueblo hace tiempo que se han acabao los hombres, los pocos que quedan o son viejos o no están en sus cabales. Mira si el otro día, uno que hizo la mili con mi padre y viudo, vino a pretenderme.

–¿Y tú qué le dijiste?

–¡Pues que con un pensionista ya había bastante en la familia y que yo las babas se las limpio a mi padre, y que ya se podía ir por donde había venido!, ¡qué poco tienen algunos que hacer!

–¡Anda, ja, ja, ja!, pero yo sé que a ti pretendientes no te han faltao!

–¡Vaya un bujarrón[4]! ¿Quién te cuenta a ti esas cosas?

–Yo, que me intereso por mi clientela.

–¡Atiende, atiende, qué tomates más feos me estás poniendo, si parece que están arrastraos! ¡No me eches más que me quedan del jueves pasao!

–Pero la semana que viene no sacamos puesto, que es el día de la Virgen; llévate doble.

¡Doble ancho me voy a llevar! No te he dicho que me queda de todo…

–¡Anda, Mercedes, cuéntame lo de ese que vino de Murcia al Paraor[5] y te trajo naranjas y limones!

–¿Cómo sabes tú eso?, ya está, mi hermana.

––¡Va! eso no tuvo importancia.

–Ese sí que sé yo que era de tu edad y que se prendó de ti cuando te vio con esa gracia en tu caseta.

–Bueno, eso dijo cuando llegó a mi casa con las cajas de naranjas y de limones; pero yo le dije que en lo que menos estaba pensando era en casarme y dejarme a mis padres solos, que si quería, que se podía llevar lo que había traído. Él se lo dejó y mientras que estuvimos comiéndonos el género, nos acordábamos de mi contestación y mis hermanas se morían de risa.

–¡Hay que ver, que eres capaz de irte al otro mundo sin casarte!

–¡Y qué!, me voy como vine, entera; lo malo es el ajuar en el cofre, que ya está amarillo, y como las telas antes eran tiesecicas, ya sabes, de lienzo pa que duraran toa la vida,  las sábanas no valen ni pa limpiar el polvo porque arañan los muebles ja, ja, ja.

–¡Qué mujer! Ja, ja, ja!, ¡cada vez que vienes traes la alegría a mi puesto; eres la sal de la vida!

–Anda liante, farfullero[6], calla y despacha a esta criatura que se habrá dejao a los zagales solos. De eso me ahorro yo.

 

En primavera se iniciaba un rosario de fiestas que llegaba hasta el otoño. Trabajando con fuerza masculina, Mercedes preparaba la caseta y el género para ir vendiendo de pueblo en pueblo la mercancía a su parroquia, que era muy buena y que la trataba como a una de la familia.

La caseta era una estructura de palos de madera y lonas, que lo único que tenía sólido era el mostrador. Cuando esa estructura, al terminar la jornada, se tapaba con otra lona, quedaba convertida en una habitación, donde se repartían el suelo sus padres y ella, que no la dejaban sola a pesar de su edad y salud debilitada. La vida resultaba dura, pero aquel oficio era lo único que había permitido a sus hermanas ahorrar para casarse y a ella poder vivir con un cierto desahogo.

El encendido diario de las luces de la feria transformaba a esta mujer, que se acicalaba para atender a sus parroquianos y a toda aquella gente a la que le llamaba la atención su desparpajo.

Los días transcurrían lentos y a veces las inclemencias del tiempo le jugaron malas pasadas, vientos que le levantaron el arte, lluvias impertinentes que un día tras otro arruinaban la fiesta y sembraban desolación en las calles, y hasta granizadas violentas que anegaban el suelo de su habitáculo, ya que era la propia baldosa. Más de una vez tuvo que desechar género enmohecido, y en más de una ocasión necesitó buscar amparo en los vecinos del pueblo, ante la amenaza de los rayos de las temibles tormentas de verano; esta vida es dura sobre todo para quien tiene que vivir prácticamente en la calle. En una ocasión, de tanta lluvia, encontró ranas debajo de la cama plegable; y en otra ocasión el viento, con ella dentro, se metió en la caseta, la levantó y la colocó en medio de la calle; cuando acudieron a socorrerla, las lágrimas brotaron de sus ojos y el corazón aceleradamente movía el canesú de su fina camisa de batista. Solo en ocasiones como esta echaba de menos la protección y el apoyo de un hombre.

¡Dios mío, qué susto!, me he visto volando, creía que se iban a soltar los palos y me iban a matar. -Gracias, ya sabes, pienso ir descalza al Cristo, me has sacao de este apuro y yo soy agradecida. Y por mis padres  te pienso encender cincuenta velas. ¡Qué miedo más grande!, esto es lo que tiene este oficio, que estás vendía, que hay cosas que no te las esperas, porque si yo hubiera sabido lo que iba a pasar, me salgo del puesto y me refugio en cualquier portal, pero cómo se van a saber estas cosas.

-El verano es lo que tiene, que es muy hermoso, pero mira morena, hoy te has visto muy apurá.

La verdad es que Mercedes no tenía muchas opciones de trabajo porque no había ido ni a la escuela, nació en mal momento y encima esa pejiguera con los novios; la mujer nacía para casada y si se buscaba un buen marido, se colocaba bien, y él era el que tenía que trabajar, que la casa y los críos, pues ya se sabe, te comen mucho. Cosió zapatillas, ayudó a sus padres en un puestecico que tuvieron en la plaza de abastos, pero aquello era miseria y compañía, y un día su madre les dijo que su hermano se iba a hacer feriante y que le había dicho que para montar ese negocio no hacía falta mucho. Y así encontraron la manera de defenderse en la vida. Ni siquiera el no saber leer ni escribir la frenó, trabajaba como un hombre y encima nunca necesitó a nadie que le llevara las cuentas.

La que no se defiende es porque no quiere; claro, es más cómodo que te traigan el jornal, pero yo sé de algunas que tragan Quina Santa Catalina[7]. Yo nací en un mal momento, entonces lo que menos importaba era que fueras o no a la escuela; en cuanto te salían los dientes te ponían a trabajar, en la casa o donde fuera, echando agua con un cántaro o moviendo las hiladoras del cáñamo, y nadie pensaba en que tú estabas allí y que no habías tenido la suerte de tu hermana, que por lo menos sabía escribir y leer. La verdad es que no lo he echado de menos; me he valido como he podido para que nadie me engañe, y me enseñaron a poner mi nombre, porque, eso sí, me daba vergüenza firmar con la huella, y ya ves, me defiendo como la que más, y en la cara no llevas escrito si sabes o no de letras, lo que valen son los billetes que te dejan comer y comprar cosas para tu vejez. Claro que intentaron enseñarme cuando era mayor, pero no atinaba, y sufría, y llegaba a pensar que lo mismo no era normal. Mi madre aprendió a leer en las carteleras del cine, en mayúsculas, y esas letras sí las leía, pero yo ni eso, ¡menudo calentamiento de cabeza! Al final da lo mismo, todos vamos al hoyo, y nadie te pide la firma.



[1] ( No DRAE) En el sur de España esta palabra se refiere a la mujer atractiva y de prominentes curvas.

[2] Melocotones picados por la mosca de la fruta, que presentan buen aspecto exterior  pero que  por dentro están agusanados.

[3] Sinvergonzón.

[4] (Sí DRAE) Hombre que mantiene relaciones sexuales con otro hombre.

 Aquí está referido a ese tipo de hombres a los que les gusta mantener conversaciones sobre unos y otras, que se consideran propias de las mujeres.

[5]( Sí DRAE) Posada o mesón donde paraban principalmente los arrieros con sus recuas.

[6] ( Sí DRAE) Enredador.

[7] Expresión con la que se quiere decir que hay mujeres que aguantan los malos tratos del marido por mantenerse casadas. 



Del libro de Encarna Reinón ESCENAS ACROMÁTICAS
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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura