domingo, 24 de enero de 2021

Caja China

Caja china[1]

 

Como todas las tardes Verónica llamó a la puerta de su vecino, don Ramón, para esperar a que llegara su madre del trabajo. Tenía doce años y unos enormes ojos de color marrón verdoso; muy inteligente y trabajadora mostraba en su comportamiento una educación exquisita. Su imaginación desbordante hacía mucha gracia a su vecino, que aprovechaba sus visitas para iluminarla con exóticos pasajes de su vida. Desde que sus padres se separaron, tuvieron que mudarse a un barrio nuevo y su madre no se fiaba de dejarla sola en la casa. El señor Ramón había sido marino mercante y, cuando la niña terminaba los deberes, siempre le relataba increíbles historias de mundos desconocidos para ella y de gentes con costumbres extraordinarias. Un día le contó que en una pequeña isla del Pacífico las niñas se casaban a los catorce años y que sus padres les buscaban novios mayores que tuvieran buenas dotes. No se lo podía creer.

–Aquí las niñas a esa edad están en el instituto, ¡qué barbaridad! ¿Qué es una dote?

–Mira, las culturas más aisladas tienen formas de comportamiento ancestrales, y no podemos pensar que nosotros llevamos razón en lo que hacemos y que ellos se comportan inadecuadamente. En esos lugares no existe el divorcio ni hay bancos donde ahorrar el dinero ni casas sólidas como las nuestras. Ellos se casan para siempre, las riquezas las llevan encima porque poseen solo lo puesto y sus casas son tan endebles que tienen que levantar construcciones nuevas cada año. En nuestra cultura, desde antiguo, la dote la aportaba la novia y eran bienes que servían al matrimonio para iniciar su vida de manera independiente. Como ves, hacemos cosas semejantes aunque las formas sean diferentes.

–¿Y esas niñas tienen que ser mujeres de golpe y porrazo?

–Bueno, ellas no lo ven así, hacen lo que antes hizo su madre y lo que observan en su sociedad. Para ellas no es tan traumático.  En estos pueblos los papeles del hombre y la mujer están bien diferenciados, ellos proporcionan alimentos y arreglan las chozas y ellas traen el agua, hacen la comida y crían a sus hijos, casi ninguna va a la escuela.

–¿Cómo es posible que a nosotras nos hablen tanto de la igualdad? No es justo, creo que yo tengo más ventajas que ellas aunque hagan lo que les han enseñado; yo quiero ser médico o maestra y no me pienso estar en mi casa por ser mujer.

–Me parece muy bien que valores lo que tienes y que reivindiques tus derechos como mujer, a ellas les ha tocado nacer en tu mismo mundo, pero en latitudes diferentes.

–Pues sigo pensando que no es justo.

Aquella tarde Verónica fijó su mirada en una enorme caracola que su vecino tenía sobre un pedestal, era sonrosada, muy bonita, y llevaba escrito algo. Cuando terminó los deberes, le preguntó a don Ramón por la enorme concha y su inscripción y él le contó que se la habían regalado en la isla de Pascua, en la Polinesia, y que ponía la fecha y el nombre del amigo que se la había dado como muestra de afecto, ya hacía casi cincuenta años. Aquel conocido había trabajado treinta años a su mando, y se hicieron grandes amigos.

–¿Sabes, Verónica, si te pegas la caracola a la cara y abres bien el oído, escucharás el eco del mar?

–¡Es verdad, es verdad, qué bien se oye!

–Es una extraordinaria caja de resonancia con la que antiguamente producían música o se comunicaban. Con la caracola y tu imaginación no solo vas a escuchar el mar, sino a ver todo cuanto yo te cuente; sostenla pegada a tu oído y cierra los ojos: "El mar está en calma, el sol, radiante y cálido, domina en el centro de un cielo totalmente azul. Hambrientas gaviotas con su canto desigual, carente de armonía, pululan por el cielo, enormes, con las alas extendidas. El diáfano horizonte se funde con las pausadas aguas marinas y un velero, blanco y perfecto, las surca con prestancia. Cerca de la orilla de la playa un niño arroja desde lo alto continuamente agua a un pozo previamente excavado con sus herramientas. Incansablemente, una y otra vez repite la misma acción y mira extrañado y con gran asombro el hueco eternamente vacío de agua"      .

–¿Pero si ve que la arena se traga el agua para qué sigue echándola a su interior?

–Es un acto reflejo, pero todo tiene su utilidad.

–¿Qué utilidad puede tener lo que hace este niño?

–Escucha con atención: un padre tenía un hijo que no había querido seguir estudiando porque decía que prefería trabajar. El padre, aunque con disgusto, porque le hubiera gustado que su hijo hubiera ido a la Universidad, aceptó la decisión del hijo y, como tenía terrenos donde se dedicaba a la agricultura intensiva, lo contrató como a un obrero más.

Pasado un tiempo, el hijo fue a hablar con su padre para quejarse porque estaba constantemente cambiándolo de terreno y tenía que hacer siempre las mismas labores agrícolas sin ver provecho en su trabajo. Mira, hijo, en una ocasión una joven que trabajaba en una empresa de marroquinería, porque había presentado un buen currículo y les pareció la mejor para el puesto, fue a quejarse a la dirección porque siempre tenía que hacer lo mismo y aquello no servía para nada porque ese trozo de piel que estaba a medio curtir seguramente no llegaría a ningún sitio. El jefe de aquella empresa, muy enfadado, abrió una enorme caja preparada para la exportación y extrajo de ella un precioso y caro bolso de piel, envuelto en papeles de seda y con lazos de terciopelo, y le dijo que era una trabajadora con mucha soberbia porque no tenía fe en los que dirigían aquella empresa desde hacía cincuenta años. Mira, lo que tú haces sirve para que otros puedan continuar con lo iniciado para llegar a esta belleza.

Hijo, tú preparas la tierra para que unos dispongan el riego, otros siembren, otro grupo recolecte, y al final podamos desde el almacén preparar el producto para su distribución y venta. Tú eres tan importante e imprescindible como otro trabajador cualquiera, eres un eslabón más de la cadena. Trabajar en equipo es esencial para realizar las cosas cada día mejor porque cada uno se especializa en lo que le toca hacer. Si piensas en la sociedad, cada cual desempeña lo que le corresponde; en una escuela el profesor da la clase, los alumnos estudian para aprobar los exámenes, los encargados de la limpieza mantienen el centro limpio, los conserjes hacen la reprografía y atienden a los ajenos a este espacio y los administrativos se encargan de los papeleos. Así funciona todo, cada uno realiza la parte que conoce, y tú, como no te has querido especializar en nada en concreto, tienes que realizar la tarea de bracero.

–¿Pero esto qué tiene que ver con el niño y su pozo?

–Mucho, aunque no lo parezca. El niño aparentemente está perdiendo el tiempo y el esfuerzo, pero nada más lejos porque, cada vez que echa agua a su pozo sin fondo, está reflexionando el porqué esa agua desaparece. Pensar es aprender y ese niño seguro que se irá con la lección aprendida de la permeabilidad de la arena. Además, cada vez que llena el cubo de agua y lo echa al pozo, tiene que esforzar sus músculos y así va ejercitando también el cuerpo, mens sana in corpore sano, como decía el escritor latino Juvenal. Nada de lo que hacemos es gratuito, todo tiene sus consecuencias. La joven marroquinera, el joven agricultor y este niño, con su esfuerzo, se desarrollan como personas y esto al final repercute en el buen funcionamiento de la sociedad.

–Gracias, estoy pasando una de las mejores tardes de mi vida. Voy a pensar en todo lo que me ha contado esta tarde y creo que me va a servir para un trabajo de redacción que tengo que presentar en el colegio.

–Me alegro de serte útil.

–Pues claro, usted es un eslabón más de la cadena que hace que esto funcione.



[1] Una caja china es aquella en la que la caja principal contiene otra más pequeña y esta, a su vez, alberga otra más pequeña, y así sucesivamente hasta formar un todo cuando introducimos unas en otras. En este relato se narran varias historias sucesivamente que no están relacionadas entre sí, pero al cerrarse la última se vuelve a la historia principal y todas ellas ayudan a sacar conclusiones.


Del libro de Encarna Reinón  ACUARELA DE VERDES

www.diegomarin.com/9788417438654-acuarela-de-verdes.html


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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura