La
niña se recreaba en el rosa de su aspecto y en lo redondeado de sus ojos, pero
como no sabía leer creía que ese Dinosaurio, por ser rosa, era feliz. Aunque
tras jugar con otros trastos volvió a su libro y se dio cuenta de que, a pesar
de su color, el pequeño saurio tenía una lagrimita saliendo del ojo derecho. Y
la niña pensó que hasta a los cuentos llegan las terribles noticias del mundo …
y pensó que los dos tenían motivos para llorar.
Cuando la niña aprendió a leer y volvió a encontrarse con aquella página del cuento, supo que aquel pequeño Dinosaurio rosa lloraba por la pérdida de su mamá, con una sempiterna congoja, porque en aquella página del libro siempre sería un triste saurio. Y la niña, ya no tan niña, pensó que al hombre le importan tan poco los problemas del mundo porque los que más lo entristecen son los suyos, como a ese pequeño Dinosaurio rosa.
Más adelante la niña creció y pensó que debía pasar página en ese cuento, y encontró que aquel triste saurio rosa se había convertido en un adulto y alegre personaje que tras hallar una fértil ladera se dedicó a contemplar la belleza de la creación.
Y la paciente lectora supo que debía seguir leyendo para poder encontrar un final feliz y evitar que aquel pobre Dinosaurio rosa pudiera ser devorado por perversos seres que no conocían su apacible existencia, porque nunca habían abierto un libro …
Para Rocío,