domingo, 9 de mayo de 2021

A cambio de nada

A cambio de nada

 

En octubre de la sombra huye, pero, si sales al sol, cuida de la insolación. Ni a sol ni a sombra se estaba bien en el recreo, por eso algunos días María prefería quedarse en la clase con la maestra. Niña muy presumida y estudiosa, se sentaba con una compañera que había llegado de un lejano país de Centroamérica. Tenían en común el idioma, pero solo eso. La niña inmigrante contaba con dos años más que ella, es decir, ya había cumplido los doce, pero, como no había ido a la escuela en su país, apenas sabía defenderse.

 María pensaba que, aunque en el colegio les habían enseñado que había que ser solidarios, a ella no le apetecía perder el tiempo con aquella tímida compañera que apenas sabía pronunciar su nombre.

La profesora desde el primer momento observó esta conducta pero,  como lo que se impone se rechaza, pensó que sería mejor que poco a poco entendiera que todos nos necesitamos en la vida.

Admira Estefanía, muchachota de aspecto robusto y de piel mulata, era tan tímida que no levantaba los ojos del suelo para hablar con nadie. Pasaba los recreos sola o se arrimaba a otros niños que, como ella, llegaron de lugares lejanos para buscar mejorar en la vida.

Un día la maestra dispuso que los alumnos hicieran en casa una redacción sobre la familia, lugar de nacimiento, situación actual…, y Admira se animó porque sentía necesidad de comunicarse con los demás, y pidió leerla voluntaria:

"Yo soy de un pueblito tan chiquito que no posee ni escuela ni tiendas donde comprar. Para llegar al colegio más próximo tenía que andar cinco kilómetros por caminos llenos de guijarros que, cuando llovía, servían igualmente de cauce a las aguas torrenciales. Los fríos inviernos poníamos piedras calientes en los bolsillos para mantener el calor del cuerpo, y las calurosas primaveras casi nos imposibilitaban volver a casa por la deshidratación. Mis padres pronto necesitaron otras manos para trabajar y a los seis años dejé el colegio definitivamente, por eso no me defiendo muy bien. En julio mi papá decidió que ya no podíamos arrastrar más miseria y gastó todos sus ahorros esperando mejorar en este país. He dejado atrás mi casa, a mis abuelos, tíos, primos y mi perrita Chamaca. Soy muy tímida pero tengo muchos deseos de aprender para prosperar, como dice mi padre".

La clase permaneció en silencio un rato, la maestra empañó sus ojos de tímidas lágrimas condenadas a no llegar a ser llanto, pero María se mantuvo en todo momento distante.

 Antes de que llegara el frío, el profesor de Educación Física planteó la actividad programada de Orientación en la Naturaleza. Para ello salieron del centro a un paraje próximo con lo indispensable, por si se despistaban, y por parejas siguieron las indicaciones del docente.

María y Admira eran pareja, porque el profesor respetó la ubicación de cada uno en clase. El día estaba claro y previamente había marcado las señales que debían de seguir para cumplir el objetivo propuesto. María siempre iba delante y, cuando la compañera observó que se salía del camino indicado, llamó su atención; altiva, le respondió que sabía lo que hacía y que quería ver una fuente que en una ocasión le enseño su papá. Admira la siguió, pero la maleza cada vez se espesaba más y una densa niebla casi las hacía invisibles.

–María, deberíamos de volver.

–¿Es que encima de todo eres una miedica?

–No me digas eso, pero la niebla no deja que veamos lo que vamos pisando.

En aquel momento María tropezó con una piedra y se dio de bruces en el suelo, no sin antes engancharse la cara con una zarza. Cuando pudo levantarse con ayuda de su compañera, se dio cuenta de que el tobillo estaba bastante hinchado y de que la cara le sangraba.

–¡Anda!, siéntate sobre esa piedra y espera un poco.

–¿Pero es que me vas a dejar sola? Puede venir algún animal… o puedes no reconocer el camino de vuelta.

–No te preocupes que tardo un momento. Mira, tú sabes leer en los libros y yo en las sendas.

Cuando regresó, llevaba en las manos un ramo de hierbas que desmenuzó con cuidado, las puso sobre un papel, las metió en su boca para masticarlas pausadamente y las volvió a escupir sobre el papel.

–¿Qué es eso?

–Un remedio que aprendí de mi abuela; lo cura todo.

–¿Pero qué es?

–Nada raro, plantas silvestres: ortigas, malvas y bocas de dragón. Estira la pierna.

–Pero las ortigas pican, ¿cómo has sido capaz de meterlas en tu boca?

–¡Anda, María, calla y estira bien la pierna!

Cuidadosamente untó aquel brebaje sobre el tobillo y lo tapó con un pañuelo que llevaba al cuello; la cara igualmente la cubrió con la mezcla. Esperaron un rato sentadas para que bajara la hinchazón y se disipara la niebla, y media hora después salieron en busca de los demás compañeros. Cuando llegaron, la regañina no fue pequeña, pero las dos compañeras, compinchadas, guardaron silencio y aceptaron todo lo que les cayó encima: una amonestación por desobediencia, dos puntos menos en la asignatura de Educación Física y una semana sin salir al recreo.

A partir de aquel momento María cambió de actitud con Admira, a la que consideraba su mejor amiga, la ayudaba en clase y la niña mejoró visiblemente. Un día la maestra pidió a María que se quedara un poco a la salida al recreo y le preguntó por su cambio de actitud, y la niña le respondió, ante el asombro de la docente, que Admira le dio  mucho a cambio de nada y que su respuesta tenía que ser solidaria; ahora es mi mejor amiga, conozco a su familia y ella a la mía y muchas tardes la ayudo con lo que no ha entendido en clase, y así me siento bien porque fui muy egoísta cuando llegó y pensé desde mi pedestal que qué me podía dar a mí una inmigrante. He comprobado que todos podemos dar algo a los demás y que la solidaridad es un bien muy hermoso.

 

"Buenas acciones valen más que buenas razones"

Del libro de Encarna Reinón LECCIONES DE VIDA
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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura