Memorias de Ángel Reinón Sánchez (Me licencio y me echo novia)

 

ME LICENCIO Y ME ECHO NOVIA

En mi casa tenían muchas ganas de verme después de una estancia tan larga. Mi madre, que hacía muchos días que no salía de aquellos alrededores porque mi hermana Teresa se había ido con el novio, porque en aquella época era muy doloroso para los padres, bajó a esperarme.

A los pocos días se casó mi hermana, que ya iba embarazada, y se ve que me estaban esperando a mí para que fuera el padrino. Hicimos la boda y en el mes de octubre me puse a trabajar.

Se hacían ferias de ganado muy grandes y como vivíamos en la casa nueva, mi padre alquilaba las cuadras, también se alquilaban las habitaciones y mi madre les hacía de comer a los feriantes y así se ganaba algún dinero.

La casa era grande, en el sótano, junto al patio, había tres habitaciones y la cocina de guisar, en el centro un comedor, que era donde comíamos nosotros, con una mesa grande; en la parte de adentro había una despensa muy amplia. Al piso de arriba subíamos a dormir y había cinco dormitorios, un comedor muy grande, una cocina con sus fregadores, la despensa, un cuarto de baño y una terraza muy grande.

Cuando me licencié, los domingos cogía la bicicleta para entretenerme. Un día, por la carretera de Moratalla, enfrente del Templete, me puse a hablar con una joven que venía de la yesera con un caldero de yeso, y ella me correspondía. La acompañé hasta enfrente del instituto, ya que me dijo que vivía en el Cabezo. Como no había casa, cruzó unos bancales para salir a la calle los Ciruelos y me dijo que todos los días bajaba al medio día a por un cántaro de agua. Todos los días iba a hablar con ella y, como tenía estatura, parecía que era mayor. Me dijo que tenía trece años.

Pasaron los días, se enteró su familia y no la dejaban bajar porque yo era bastante mayor. Entonces, cuando podíamos, hablábamos, pero tomé amistad con su tía Magdalena y, como ella dormía allí, pues allí hablábamos.

Su madre vendía en la plaza de abastos, su padre trabajaba en la agricultura, también eran turroneros y cuando eran las fiestas de los pueblos de estos alrededores, iban a vender.

Mientras estaban en las fiestas hice un molde para hacer obleas para el alfajor, y la harina para hacerlas se la bajaban de Huéscar de Granada ya que era la última fiesta.

Casa de su tía, con un hornillo de leña, íbamos haciendo hojas. Las hacíamos en los ratos que yo podía por la noche, cuando subía a hablar con ella; el dinero de venderlas lo íbamos guardando.

Por aquellos tiempos los maestros alpargateros celebraban las fiestas de san Antón; se hacían muchas hogueras en los sitios más principales, y se tiraban carretillas que quemaban a muchas personas. En una de estas fiestas pasó lo que conté anteriormente que le pasó a mi amigo el Mulas.

Los sábados por la noche, después de hablar con las novias, nos íbamos a recorrer las tascas. Los domingos por las tardes nos íbamos a dar un paseo con la novia y por las noches nos íbamos al teatro Thuiller ya que ponían dos películas. Con nosotros salían Fernando el Mulas con su novia y su hermana Isabel con el novio, y en el descanso de la primera película salíamos a un bar que había cerca, comprábamos unos bocadillos y cenábamos allí.

En el taller hacíamos de todo, lo que más trabajábamos era agricultura, cerrajería, calderas de destilar esencias y depósitos para almacenar aguarrás.

Como mi abuelo y mi tío Germán eran carpinteros aperadores, en los veranos bajaban de los campos y de los pueblos de alrededor para reparar los carros y las ruedas, de las que la madera se encogía de los calores.  

La reparación consistía en que el carpintero hacía nuevas las piezas de madera que llevaba rotas. Y nosotros, que éramos los herreros, metíamos el aro que era más grande en una máquina que teníamos, que estaba caliente y lo encogía, y lo dejábamos un poco más pequeño que la rueda. Para calentarlos, poníamos los aros en el suelo con unas piezas que teníamos a las que llamábamos parrilla; se las poníamos alrededor, unas por fuera y otras por dentro, les echábamos carbón, que después  sustituimos por unas piñas pequeñas que ardían antes y se calentaba más pronto. Entonces poníamos tres taburetes de unos ochenta centímetros de alto y poníamos la rueda encima. El calentarlos era porque el aro era más pequeño y se agrandaba; con unas tenazas que teníamos los sacábamos, los poníamos en las ruedas, y con unos recipientes que teníamos los llenábamos de agua. A la rueda se le iba echando agua de un bidón que teníamos al lado para que no se quemara, y el carpintero antes de que encogiera iba acoplando el aro a la rueda. Así que estaba hecha la operación, el carpintero repasaba la madera y nosotros le poníamos unos pasadores en un taladro que llevaba en cada pina.

En el taller también hacíamos cosas de labranza, reparábamos tractores, herramientas de cantero, hacíamos puertas de hierro, barandas de escalera, y todos los bloques de pisos que hizo mi cuñado Blas en el Cabecico los hicimos nosotros.

Mi hermano Juan también estaba trabajando con nosotros, pero cuando cumplió dieciocho años se fue voluntario a la aviación. En un permiso que vino, cuando se fue en el autocar, como iba lleno de gente, se montó en la baca, o sea, en el techo, con los pies para el lado de los árboles y un poco antes de llegar al cuartel se le engancharon los pies en una rama y se cayó a la carretera pero se hizo poca cosa.

 A los dieciocho meses lo licenciaron y se enganchó a trabajar. Teníamos un maestro artístico que se llamaba Tomás Corbalán que, como a todas horas estaba con nosotros, nos enseñó a hacer muchas cosas.

Mi hermano y yo todos los mediodías después de comer y mientras no nos enganchábamos a trabajar con mi padre, hacíamos cosas para ganarnos algún dinero. Y los domingos seguíamos trabajando para ganar algo extra, que no venía mal. Hacíamos estufas, ajuares de novia, almaradas de alpargateros, romanas, navajas especiales, ceniceros, y otras cosas más que nos enseñó Tomás.

Mi hermano y yo también subíamos todos los días a lo alto de la torre de la Concepción a darle cuerda al reloj, nos turnábamos, un día subía él y otro yo, y nos pagaban. Un día que subí me encendí de pulgas de los gatos que tenían las que vivían allí, y me tuve que cambiar de ropa. El que nos pagaba era Inocencio el Relojero, pero nos pagaba poco y cuando le dijimos que tenía que pagarnos más, nos dijo que lo paráramos y no siguió funcionando.

Cuando vine del Ejército, como unos amigos se habían casado y otros tenían novia, me eché amigos nuevos: Pedro, Romera, Amancio, Santiago, el Chavo, y varios más. Los sábados por la noche salíamos a chatearnos y recorríamos varias tascas; eso lo hicimos varios años. Los veranos hacíamos giras como las del dieciocho de julio, que era festivo. Íbamos a la fuente Mellina y, como nos gustaba la caza de pájaros, aprovechábamos para cazar. A estas cazas íbamos el Chato, el Gajo, Alfonso y yo.


Me han gustado siempre las giras y ya después de casado y con hijos, también fuimos algunos años al Mosquito, en Cañada de la Cruz, y un año vinieron mi sobrino Domingo porque venía su padre, mi hermano Juan, y mi hijo Domingo; además se vinieron Perico el Alto, Antonio Romera, Alfonso el Chato, Ángel el de Dimas, el Gajo y Antonio el de la Maravillas, la hija de la Esperanza. Este último se llevó un cabrito arreglado y nosotros hicimos una pieza para colocarlo, con una manivela con la que le dábamos vueltas; así lo asamos con los ingredientes que le íbamos echando.

En ese lugar había unas casas desocupadas, con un nacimiento de agua a la puerta de la calle; a la parte de arriba había otra cortijada que le decían el Mosquito de arriba. Había una casa desocupada con las puertas abiertas y entramos y al dueño, que estaba por allí, cada uno le compramos alguna cosa. Yo, dos quinqués, otro una jaula de perdiz…

Casi todos los años, como era costumbre, nos íbamos el domingo de Resurrección de gira a la Fuentes del Marqués, con las novias; pero un año lo teníamos todo preparado y mi hermano le pidió una moto a mi cuñado Gabino, se montó y se fue para la carretera de Moratalla y cuando bajaba, al llegar al puente, tomó la curva muy ligero, se cayó fuera de la carretera y, aunque no se hizo mucho, suspendimos la gira.

Al año siguiente nos fuimos a las Fuentes de Mairena, íbamos mi novia y yo, y vinieron su abuela, mis suegros y sus tíos, y así repetimos algunos años más.



Cuando éramos novios le regalaba cosas de provecho, pero no le decía nunca nada y cuando las recibía le servían de sorpresa.

Como la familia de mi novia se iba todos los años a vender turrón, un día se vino ella a preparar el que les hacía falta ya que habían vendido bastante.

Entonces me avisó de que había venido, pero ese día se casó una hija de Higinio Carrascal y tuve que ir a la boda; me bebí algunas copas de más y cuando subí a verla estaba un poco mareado; estaba su tía Magdalena con ella y estuvieron conmigo hasta que se me pasó un poco y me bajé a mi casa.


Cuando estaba licenciado, antes de casarme, había una gata en la casa y, como hacíamos la vida en la habitación que había junto al patio, donde estaba la cocina, parió en unos pesebres que había en el patio.

Todos los días cuando bajábamos, tenía varias ratas que había cazado junto a las crías. Fuimos observando que la gata cada día que pasaba estaba más delgada y un domingo por la tarde, que me iba a ver un partido de fútbol, entré a una habitación, donde teníamos piñas, que gastábamos para calentar los aros y que cogíamos en Calasparra, y vi una culebra pequeña que se ve que vino entre las piñas y allí fue desarrollándose. Entonces, como digo, entré a la habitación y vi a la culebra pero, como la pared no estaba amaestrada, se metió en un agujero; al lado había un hacha, la cogí, pero cuando fui a darle se escurrió para el agujero y no pude matarla. Cogí yeso, que teníamos al lado, lo amasé, tapé los agujeros y entonces me di cuenta de que la gata estaba así de delgada porque, como era tan cazadora, se ve que la culebra le había pegado alguna paliza.