viernes, 18 de mayo de 2018

Motes de Caravaca - Introducción (I)

Los orígenes del mote son antiguos, posiblemente anteriores a la romanización, por la necesidad de establecer una diferenciación entre individuos que presentaban el mismo nombre.
En el siglo III a. C. los romanos llegan a la Península y traen con ellos sus costumbres y su lengua. Para nombrar a las personas, añadían al praenomen (nombre propio) y al nomen (lo que hoy es el primer apellido que también era el del padre), el cognomen que se correspondería con el mote o apodo tal y como lo conocemos hoy. Cuando los nombres y apellidos de un número extenso de personas eran los mismos, había que diferenciarlos de alguna manera y el mote o apodo ayudaba a singularizar. Como ocurre hoy, eran los demás los que resaltaban la cualidad o defecto de la persona y los que bautizaban a su coetáneo con un cumplido o con una burla; esto nos lleva a entender la reacción actual de los que, considerándose ofendidos, rechazan el mote familiar, quizás como ocurriera en aquellos tiempos, porque es fácil asumir un halago, pero siempre rechazable recibir una burla, sobre todo nacida de la crueldad social. Los motes destacaban una cualidad, como Benigno (bueno, bondadoso); un defecto, como Naso (narizón), Cicero (de nariz de garbanzo), Flaccus (larguirucho); una característica física, como Escauro (ojos verdes), Barbatus (barbudo), Cincinnatus (rizos); una profesión, como Caprarius (cabrero); un acto de guerra destacable, como Magnus (el grande), Africanus, Hispanicus, Asiaticus; o el lugar de origen. El mote podía ser personal o heredado de la familia y, a veces, dejaba de cumplir la función de mote y pasaba a ser apellido.
En el año 711 llegan a la Península los árabes y, también, como los romanos, traen sus costumbres y su lengua. El apodo, que se añadía a veces al nombre propio, servía para alabar o ridiculizar a la persona; el laqab o apodo era breve para causar gran impacto y que se pudiera recordar con facilidad. Raramente se transmitía. Lo normal era que hiciera referencia a las peculiaridades físicas o morales del individuo o a un acontecimiento de su vida y, como ocurre hoy, los más frecuentes destacaban un defecto físico, como Al Ahdab (el jorobado), aunque también fueron muy numerosas otras denominaciones menos rechazables, como  Al Mansur (el victorioso), que resaltaba una alabanza al individuo; o Al Katib (el escriba), que indicaba profesión.      

Encarna Reinón Fernández
Profesora de lengua española y literatura