LA ARTESANÍA
Mi afición por la artesanía viene desde muy
joven. Yo empecé a trabajar a los trece años porque me sacaron de la escuela en
plena Guerra Civil. A los dieciséis años ya hacía algunos trabajos como los
ajuares de novia y otras cosas, hasta que vino mi hermano del Ejército. Como
teníamos un maestro artístico que se llamaba Tomás Corbalán, su apodo era
Pimporrias, así lo conocía la gente, él fue el que nos encauzó a hacer trabajos que no habíamos hecho nunca,
como romanas, ceniceros y navajas especiales, y algunas cosas más.
Cuando yo me jubilé, Tomás ya había fallecido,
seguí haciendo cosas de artesanía; mi hermano no siguió. Como ya había aprendido
mucho de lo que Tomás me había enseñado, en mi casa, en las falsas, puse un
banco junto a la pared; compré varias herramientas, como limas, sierras, puse
un tornillo para hacer las piezas, una cizalla, y así empecé a hacer cosas.
Los sábados por la mañana bajaba al taller para
preparar piezas forjadas para subírmelas a mi casa para la semana; a la vez les
ayudaba a mis hijos a barrer el taller. Así estuve varios años.
Yo trabajaba todos los días de la semana, incluso
los domingos; había días que echaba doce horas; hacia piezas de todos los
oficios.
En 1992 fuimos a la Expo a Sevilla, y al ir para
allá paramos en Granada para visitar la Alhambra. Cuando estábamos visitándola,
mi mujer se desmayó. Le dio un bajón de azúcar y se cayó al suelo. Enseguida
llegó una ambulancia y se la llevaron a urgencias, que estaba en las afueras de
Granada. Como fuimos en el coche con mi cuñado Camacho y su mujer, nos fuimos
detrás de la ambulancia. Había mucha gente y en vez de dar el nombre de ella
dieron el mío. Me llamaron varias veces pero, como estaba en la calle porque
estaba todo lleno, se pasaron casi dos horas y el mareo se le pasó en la silla
que le dejaron, hasta que fuimos a insistirles, porque estábamos esperando
mucho tiempo, y se aclaró la cosa de que me habían llamado a mí, que fue el
nombre que dieron. Entonces entró, la reconocieron y como ya se había
espabilado le preguntaron que si podíamos seguir el viaje a Sevilla y nos
dijeron que siguiéramos.
Nos fuimos a Lebrija porque allí teníamos la
pensión, ya que lo más cercano a la capital estaba todo ocupado. Los días que
estuvimos íbamos a la Expo y hacía mucho calor.
Un día el que se encargaba del Hogar del
Pensionista me dijo que por qué no llevaba piezas de esas de las que tenía
hechas para que las presentáramos en el INSERSO
en Murcia. Se expusieron tanto
mis trabajos como todos los de la región, en una sala de exposiciones. Presenté
cosas de agricultura.
Entonces fuimos al teatro Romea, subí al
escenario y me dieron el segundo premio. Esto fue en el año 1988. Al año
siguiente, 1989, presenté la fragua, casi con cien piezas y me dieron el primer
premio. El tercer año, 1990, bajé el remolque, el tractor y las vertederas,
pero ese año me dieron a entender que como me habían dado dos premios seguidos,
que no me podían dar más. Entonces no seguí bajando.
Seguí haciendo cosas sin parar. La habitación en
la que hacía las piezas, que eran las falsas, la obramos, hicimos una cocina
comedor con sus fregadores y chimenea. La amueblamos y nos subimos allí, y solo
bajábamos para dormir. Entonces me saqué el banco de trabajar a la terraza,
hice un cierre de cristales con su tejado y allí hicimos un váter y pusimos la
lavadora y la pila de lavar. Y en ese trozo que le quitamos a la terraza es
donde trabajaba y sigo trabajando. Estuvimos haciendo la vida allí por lo menos
diez años. Allí estuvimos muy a gusto porque yo lo tenía muy cómodo, porque me
levantaba y me subía y no paraba nada más que el rato de la comida.
Y así pasaba mi tiempo todos los días, entre
trabajar en la artesanía y cuidar nietos, hasta que a mi Encarna, que se había
sacado las oposiciones en Andalucía, la destinaron a Huéscar y nos fuimos con
ella porque llevaba una cría pequeña. Allí estuvimos en 1993, pero todas las
semanas bajábamos a Caravaca los fines de semana, desde el viernes por la tarde
hasta el lunes.
Todos los días, como la cría era pequeña, con el
carricoche salíamos a pasearla por el parque, y allí se entretenía con las
palomas.
Después trasladaron a mi hija a Vélez-Rubio y
allí estuvimos dos años, 1994-95, y los fines de semana nos bajábamos también y
yo los aprovechaba para hacer miniaturas. Como mi nieta Rocío ya andaba, nos la
llevábamos todos los días a pasear a la huerta, le cogía grillos, que nos los
llevábamos en una bolsa, y en la casa se entretenía con ellos.
Algunos días nos la llevábamos a una tienda de
comestibles, donde íbamos a comprar y siempre le regalaban algo porque era muy
entrometida. En la calle donde vivíamos se metía con todos los vecinos, uno de
ellos era el encargado de la corriente eléctrica, que vivía al lado. Cuando se
escapaba se iba con él y le tomó mucho aprecio.
Un hombre mayor, que vivía enfrente, que llevaba
un cayado, se lo quitaba y él se reía mucho. Ella tomaba amistad con todos los
vecinos.
Cuando estábamos en el piso, que era una planta
baja, siempre estaba detrás de ella porque se subía a todos lados. Al sofá le
tuve que dar la vuelta y ponerlo pegado a la pared, porque se subía y empezaba
a dar saltos. Se subía a la mesa por una estufa que había al lado y la tuve que
quitar. Se metía en los armarios, cerraba las puertas; siempre estábamos
buscándola. Cuando íbamos a cenar se subía en la mesa. Cuando estaba más
tranquila era al mediodía, porque poníamos la televisión y ponían una película
de monstruos y se entretenía. Entonces
tenía tres años.
El tiempo que pasamos en Vélez-Rubio lo pasamos
bien porque era un pueblo muy tranquilo.
Cuando trasladaron
a mi Encarna a Caravaca seguí con mi artesanía y, como hicimos la cocina
comedor en las falsas, cuando nos levantábamos nos subíamos allí y tenía todo
el día para hacer miniaturas; solo perdía de trabajo el tiempo de la comida.
Así estuve varios años, tenía muchas piezas
hechas y en 1990 me dijeron en la CAM que si quería exponer las miniaturas en
un salón que tenían para exposiciones. Se expuso el conjunto de piezas que
tenía entonces y tuve mucho éxito; la exposición fue muy concurrida.
Seguí haciendo piezas hasta que en el año 1995 el
alcalde de Caravaca, que entonces era Antonio García Martínez-Reina, me propuso
exponer en la Casa de la Cultura. Así se hizo, pero como no había bastantes
vitrinas, mi yerno Toni, como estaba trabajando en Bullas y allí tenían, las
pidió y se las dejaron y, con esas y las que había aquí, se montó la
exposición.
Ya tenía más piezas que la última vez que expuse
y completamos todas las vitrinas; la muestra estuvo expuesta veinte días y hubo
muchas visitas diarias, hubo hasta gente que repitió.
En esos días le dije a mi mujer que se bajara que
tenía que ir al banco, pero no bajó. Pensé que no había podido, pero lo que
ocurrió es que le dio un bajón de azúcar. Estuvo inconsciente unas dos horas,
hasta que se espabiló y llamó por teléfono a su hermana; cuando subió se la
encontró aporreada. Entonces llamó al médico y dijo que nos teníamos que bajar
de allí porque si eso le pasaba en las escaleras podía ser peor.
Se recogieron las piezas de la exposición y me
dijo el alcalde que, como había tenido tanto éxito, si quería, podíamos ir a
otros pueblos de la provincia a mostrar mi artesanía. Le dije que eso no era
posible porque las piezas de tanto tocarlas se enrobinarían.
Como ya estaba jubilado, los veranos nos íbamos a
la playa. Empezamos yendo a Águilas unos tres años, luego cambiamos a Mazarrón
y a Bahía, donde fuimos otros cuatro años ; al poco tiempo compró mi Antonio un
piso en Campello, Alicante, y también fuimos varios veranos.
Cuando el médico nos dijo que nos bajáramos de
las falsas, donde teníamos el comedor pusimos el dormitorio y en el hueco de la
escalera hicimos un cuarto de aseo completo. El comedor lo subimos a nuestro
dormitorio, en la planta central, y allí puse cuatro vitrinas, hechas también
por mí, con las piezas que tenía.
Seguí haciendo piezas y un día me dio mi mujer
las quejas y me dijo: ¡Hay que ver!,
tantas cosas como tienes hechas y a mí no me haces ninguna. Entonces me
puse y le hice maceteros, faroles, cenefas, marcos para cuadros. Estuve casi un
año haciéndole obsequios hasta que me dijo: No
me hagas más. Así tuvo piezas para regalarles a mis hijos, y todo esto en
miniatura.
Un domingo de Resurrección, nos solíamos bajar a
pasar el día de gira a una casa que hizo mi Antonio en Cehegín en las tierras
de su suegro con piscina y todo, donde lo pasábamos muy bien. Cuando terminamos
de comer y mientras tomábamos café todos reunidos, dije: Si tuviera dinero compraría un local por el centro del pueblo para
poner un museo.
Así quedó la cosa. Y ese mismo día, mi hija y mi
yerno salieron a darse una vuelta por el pueblo para ver si había algo por el
centro, como yo dije, y vieron que se vendía un bajo en la calle Puentecilla,
casi al lado del Ayuntamiento. Al día siguiente se lo comunicaron a mis otros
dos hijos y fueron a verlo y a tantear el precio. Les gustó, porque era lo que
más o menos queríamos y, como la dueña no vivía en Caravaca, se pusieron en
contacto con ella a través de unos familiares. Dijo que el dinero había que
dárselo en la mano porque si no, no había trato. Entonces fueron a Caja Murcia
y el director entregó el dinero y la familia la llave.
Mis hijos y sus consortes se pusieron en contacto
con el alcalde, Domingo Aranda, y subió a mi casa a ver las piezas que tenía
hechas. A continuación se iniciaron los trámites. El Ayuntamiento recibió una
subvención del proyecto Leader para adecuar el local. Lo pintaron, le pusieron
suelo, hicieron unas vitrinas para exponer las piezas y, entre otras cosa más,
se le puso al local aire acondicionado.
Se hizo un contrato de cesión de las piezas por
cinco años. Los gastos de acondicionamiento fueron 84,000 euros. Cuando
estuvieron todas las piezas colocadas por secciones o familias profesionales,
se inauguró el 17 de diciembre de 2005. Fue el párroco del Salvador a
bendecirlo y hubo gran afluencia de familiares, conocidos y vecinos.
La gente se quedaba asombrada porque no se
esperaba lo que estaba viendo; había piezas de casi todos los oficios, muchos
ya desaparecidos: agricultura, albañilería, matanza de cerdo, herradores,
picapedreros, herrero, destilación de esencias, enseres de la casa antigua, y
muchas cosas más.
El museo se llama Museo etnográfico de miniaturas Ángel Reinón y se abre de lunes a
domingo. Yo sigo yendo, como de costumbre, casi todos los sábados a darme una
vuelta. Viene mucha gente y yo tengo una silla en la entrada y, cuando entran y
ven las fotos grandes donde estoy trabajando en el taller, miran la foto y me
miran a mí y me dicen que si ese soy yo. Me dicen que esto es una maravilla, lo
bien que está hecho y la proporción de las piezas. Cuando les digo que la
proporción es mi vista, porque no tuve tiempo para estudiar mucho, se asombran
más todavía. Muchos me piden que les explique los materiales de los que están
hechas las piezas, porque se sorprenden del brillo que tienen. Y su sorpresa es
mayor cuando les digo que los materiales son hierro y madera y que el brillo se
debe al lijado. Me comentan que conocen muchas cosas porque las han visto en
grande, pero que el conjunto es una maravilla, una obra de arte.
Algunas mujeres se asombran porque algunas de
estas piezas todavía las tienen en uso, y me felicitan besándome. Unas personas
me preguntan cuántos años llevo haciendo miniaturas y les cuento que desde que me jubilé con más
intensidad, pero que vengo trabajando en algunas de ellas desde que era joven.
Otros casi no se creen que haya podido hacer todo lo que está expuesto, y
entonces les digo que no solo aquello sino que tengo en mi casa otras tantas
piezas, y se interesan por los años que he invertido en hacerlas. Yo les
contesto que llevo unos veinte años trabajando en la artesanía y seguiré
trabajando hasta que las fuerzas me aguanten.
En 2010 se cumplió el contrato y según rezaba el
que firmamos, todo lo que hay en el museo de adecuación y vitrinas pasó a
nosotros. El contrato se renovó hasta 2015; propusimos que nos aportaran algo
por el alquiler del bajo, para poder ir
pagando el préstamo, pero, como pilla esta crisis, no percibimos nada y
nunca se ha percibido nada. Pero el museo sigue abierto que, en definitiva, es
lo que queremos nosotros.
Se ha hecho muy buena difusión del museo a través
de los medios de comunicación, tanto locales como regionales. En la Verdad y la
Opinión han salido varios artículos a lo largo de estos años sobre el museo y
su importancia, ya que recupera muchos oficios y modos de vida perdidos, y hay
mucha información en poco espacio por ser miniaturas. La 7 televisión de Murcia
ha sacado en varias ocasiones el museo y a mí también me han entrevistado.
Gracias a esta difusión han llegado visitas de toda la región y de zonas
próximas a Murcia. Y también han venido visitantes de otros países que pueden
hacer su visita guiada por unos folletos de los que dispone el museo en varios idiomas.
Me han dicho que
más que artesano soy un artista y yo estoy muy agradecido con todos
estos halagos. Tener el museo es para mí una gran ilusión.
Un día se me ocurrió hacer unas piezas de madera
y me dijo mi hija: ¡Papá, a ver si eres
capaz de hacer este don Quijote y este Sancho Panza! Así empecé, y seguí
haciendo un Nacimiento, un caballo, un búho… y vi que no se me daba mal. El
Nacimiento ya tenía las piezas más grandes, unos veinte centímetros y reunía
ocho piezas; la madera era de olivera y salieron muy preciosas.
Después hice una pieza para cada uno de mis hijos y otra para cada nieto, son siete nietos en total. A cada uno le hice lo que quiso. Además tengo en mi casa para mí varias cosas más, entre todas serán unas cincuenta piezas.