martes, 12 de marzo de 2019

Los rezadores, una tradición latente




Los tiempos nos modernizan las ciudades y nos acercan el progreso; antes los pueblos estaban dejados de la mano de Dios en temas tan importantes como el de la salud pública; había escasos servicios sanitarios y la gente tenía que pagar las consultas o igualas para reducir su coste. Por supuesto que en los pueblos pequeños no disfrutaban de esta atención y menos en los cortijos y zonas alejadas. Las personas se tenían que valer de lo que tenían a mano, como las hierbas medicinales que conocían por los saberes que pasaban de padres a hijos y de gentes que rezaban ciertos males.

En los pueblos también había rezadores y vecinos que colocaban los huesos en su sitio cuando alguien tenía la desgracia de darse un golpe o simplemente se le salían con frecuencia. Generalmente esta gente no cobraba y los que acudían a ellos les regalaban cosas tan cotidianas como un kilo de plátanos, un bote de leche condensada o unas humildes patatas cultivadas por ellos mismos.

En mi calle había dos personas que desinteresadamente ayudaban a sus conciudadanos; una de ellas, según me comentó su hija, había nacido con "manto" y por eso tenía "gracia"; "el manto" es la placenta que sale sin romperse y también me comentó que, a su vez, su hija también había nacido con "manto", es decir, la nieta de la rezadora. Yo vi cómo esta mujer efectuaba sus rezos; en una ocasión una parienta de mi madre le pidió el favor de que le rezara a su hijo pequeño el "mal de ojo"; el crío llegó esgonzado y con muy mal color porque llevaba varios días sin comer. La acompañamos mi madre y yo a la casa de la rezadora y la mujer recitó una serie de oraciones repetidas sobre el niño y, cuando se le abrió la boca varias veces, dijo que el crío ya estaba mejor. Y en efecto, en mi casa empezó a darle la madre de comer y el niño a reaccionar. ¡Sorprendente!

En otra ocasión la observé mientras "sacaba el sol de la cabeza" a otra persona; puso una sartén con agua fría sobre la cabeza, estopa y un vaso sobre la estopa, bocabajo, y, cuando el agua se metió en el vaso, confirmó que ya se había salido el sol.

También rezaba la "carne cortá", lo que se conoce como esguince, y ni siquiera necesita ver a la persona, solo tenía que saber su nombre. A mi novio en aquellos tiempos, mi marido hoy, como era de tobillos flojos, se la rezó en varias ocasiones.

Hoy esta tradición aparentemente inactiva parece que todavía se conserva, pero la gente ha aprendido a ir al médico y a razonar algo más sobre estas cuestiones. Aunque cada vez veo más cochecitos de niños pequeños con una Cruz de Caravaca con un lacito rojo, colgada del carricoche sobre donde se pone la cabeza del niño. La Cruz tiene un fuerte sentido religioso y protector para los creyentes, pero también está relacionada con lo esotérico que la vincula a su defensa y protección contra el "mal de ojo".

Creer o no es una cuestión muy personal; yo considero que, mientras que los rezos sean exteriores y la gente no tenga que tomar nada ni recibir unturas, quien crea en estas cuestiones no pierde nada si las pone en práctica, sobre todo, si ha visto que su familia ha tenido por costumbre echar mano de estas personas; ahora bien, no podemos sustituir la medicina ejercida por excelentes profesionales por prácticas que pueden perjudicar si no se atiende a tiempo un determinado mal.  


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Encarna Reinón Fernández
Profesora de Lengua Española y Literatura