Con la evidencia de la fiesta llegan los feriantes; las luces nocturnas hacen brillar los papeles de celofán de los envoltorios y eclipsan sus miserias ante quienes pasean y pasan ajenos a su drama. Los columpios, solitarios de día, recobran al atardecer la dignidad del espectáculo. Músicas, luces, niños, turrones, algodones de azúcar, globos, todo un mundo de magia y fábula, de fingida euforia, camufla la aparente invulnerabilidad de estas gentes que con su llegada a los pueblos hacen que se repita el milagro casi fascinante de la diversión. Y año tras año crean la ilusión de un constante espectáculo que oculta sus miserias.
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