miércoles, 16 de mayo de 2018

Motes de Caravaca - Introducción (II)

Sin profundizar más en los orígenes del mote, vamos a ver su pervivencia en la actualidad. Cuanto más pequeño es un pueblo, más vitalidad tienen los motes que distinguen a una persona de las demás, que presentan idéntico nombre propio y apellido o apellidos. Se nota que Caravaca va creciendo, precisamente, en la pérdida de los motes que han venido identificando a lo largo del tiempo a familias enteras. Cada vez se ven menos en las esquelas mortuorias o en nombres de comercios, aunque todavía vamos a comprar a la joyería de El chavo o a calzados Mané y los que tenemos una cierta edad recordamos las tiendas de  El Pera o el puesto en la plaza de abastos de embutidos de El Parrulo o las frutas de la Maruja la del Tambanillo. Cuando se tiene que echar mano del recuerdo, es porque la supervivencia de algo está en peligro.
Los motes que voy a exponer en este artículo están recogidos de boca de la persona que lo llevaba, en la mayor parte de los casos, aunque muchos ya no están entre nosotros. La reacción de las gentes al ser preguntadas por un tema tan particular fue diversa; muchos no sabían quién fue el primero de su familia en llevarlo ni a qué se debía el que lo llamaran de esa manera, pero reaccionaban bien; otros tenían memoria de lo expuesto anteriormente y, bueno, aceptaban con más o menos resignación la herencia familiar; algunos mostraban indiferencia ante el asunto y no mostraban mucho agrado en la respuesta; y otro grupo, desde luego minoritario, reaccionó de forma violenta porque no asumía el calificativo que le habían colgado.
La diversidad de los apodos nos muestra las denominaciones asumibles y las rechazables y, también, la imaginación y malicia del pueblo que, con motivo o no, pone en su punto de mira a ciertos individuos a los que les hace la vida menos agradable con sus ironías. Cuando el pueblo habla, a veces, hay que ponerse a temblar.
Es curioso ver cómo hay clases de motes que se repiten en todos los tiempos y en todos los pueblos y son los que hacen alusión al lugar de procedencia y, sobre todo, al oficio porque todos tenemos los mismos puntos de referencia. Es muy posible que muchos apellidos procedan del sobrenombre: Herrero, Pintor (Oficio); Madrid, Murcia, Caravaca (lugar de procedencia); Fernández, Sánchez, Núñez, González (hijo de Fernando, Sancho, Nuño, Gonzalo). En la acepción tercera del diccionario de la Real Academia de la Lengua del significado de apellido, precisamente indica sobrenombre o mote.  
Si atendemos el aspecto del significado del mote, asombra la poca relación que en la mayor parte de los casos guarda con la lógica. El mote Perigallo, que lleva una conocida familia del pueblo, aunque parezca asombroso, no está relacionado con la gran estatura de los miembros de dicha familia; el DRAE recoge la acepción coloquial de persona alta y delgada, pero en este caso hace referencia al nombre de un cortijo que se ubica en el límite con Almería, en Topares. Además, en esta zona también denominamos "perigallo" a una escalera muy alta, de tres patas, que se emplea para acceder a las copas de los árboles, por lo que nos apoyamos en nuestros conocimientos aunque no sean lógicos al aplicarlos al significado de ciertos motes. Esta familia siempre ha aceptado su mote, pero en ocasiones su significado provoca el desagrado en quien lo lleva; no es lo mismo El zorro que La zorra, por sus connotaciones peyorativas.
Yo he llegado a la conclusión de que es estúpido hacer hipótesis sobre el porqué se le dice a esta persona de esta u otra manera porque es raro acertar. Algunos hacen referencia a objetos que ya ni siquiera conocemos o a lugares que han sido invadidos por el progreso.
En más de una ocasión se da la paradoja de que creemos que los motes son apellidos, como es el caso de la familia Mané, o los Levi. Antes, más que ahora, era raro ver una esquela de un difunto sin el mote y la verdad es que hay algunos que… y también ocurría lo contrario que era tomar el apellido por el mote, como ocurre en el caso de Carmen  La Villena.
Cuando la gente compraba de otra manera, es decir, cuando se iba a la tienda del barrio porque no había supermercados y la economía no se podía estirar hasta fin de mes, se adquiría lo necesario fiado y la tendera o el tendero apuntaba el mote del deudor porque, si anotaba el nombre y apellidos, podían dar lugar a confusión. Muchos recordamos la tienda de la Carmen La Villena, de José o de los Elías, que pacientemente nos atendían y escribían en sus largas libretas el nombre de los compradores: Francisca La Brevas, Encarnación la del Tece, Eugenia la del Rojo Invierno…, una botella de lejía, dos cucharadas de mayonesa, un kilo de lentejas.

Seguiremos en otro capítulo

Encarna Reinón Fernández
Profesora de lengua española y literatura